Lo peligroso para el proyecto de Boca en esta transición tan prolongada (que a veces se asemeja a una agonía), es que el paciente no mejora y le pronostican la cura recién para junio. Antes tiene por delante una fase de grupos de la Copa Libertadores que se parecerá a una odisea.
Por poner la mirada mas allá, este plantel en el mientras tanto pareciera emparejar a los futbolistas que seguramente partirán con aquellos en los que confían para armar el nuevo Boca.
Es curioso lo que sucede en Boca: Riquelme gestiona un plantel que todavía no siente propio y es el único destinatario de todas las críticas. Y estos jugadores, que salen ilesos de la crítica ante prolongadas bajas actuaciones, parecieran jugar sin la responsabilidad de ganarse un puesto o imponerse ante las adversidades. Y Russo, que prueba sistemas y nombres y no afirma nada, también queda indemne de los cuestionamientos.
Entonces en la cancha, donde ocurre la verdad, todos asumen un compromiso limitado. Total, pensarán algunos, “en junio quizás ya no esté acá”. Y así se suceden los partidos de Boca. En un letargo que afecta lo que se presupone pueda servir en ese utópico futuro.
Hace tiempo se promete un mercado ambicioso. La gestión Riquelme será observada con atención en el próximo receso. Allí se esperan por nombres importantes. Desde Cavani a Torreira, a otros nombres menos potentes que le den calidad a este equipo.
Emulando a aquella política de “Zidanes y Pavones” del Real Madrid, piensan en nombres fuertes y lo que produzca el desarrollo de juveniles. En la semana en Comisión Directiva, el propio Riquelme le dijo a la dirigencia que para ello habrá que esperar un par de años.
Mientras sueña con un equipo competitivo, la realidad a Boca lo cachetea cruelmente. Y no tuvo que esperar a una derrota con Unión para semejante comprobación. El fútbol, desde aquella derrota en Brasil a comienzos de año, le dio anuncios de este destino errante.