Emocionante

La Justicia en su peor momento: fiscales arrepentidos y jueces espiados

Catalina de Elía
por Catalina de Elía |
La Justicia en su peor momento: fiscales arrepentidos y jueces espiados

La indiferencia eligió estacionar en nuestras narices. Nos acostumbramos a vivir en medio de ese aire enrarecido. A tientas nos movemos en base al alimento que es el combustible de la indiferencia: el desinterés por todo lo que nos rodea.

Con esa actitud omitimos un dato central pues, ese desinterés es el que impacta de lleno en todos los que integramos la sociedad y limita gran parte de nuestra vida al deseo se sobrevivir el día a día. La Justicia rebalsa de esta tendencia hasta límites que parecen propios de una serie.

El viernes pasado, en el Palacio de Justicia, ocurrió un hecho tremendo. Durante el horario de atención al público; es decir, mientras judiciales, abogados y demás protagonistas del quehacer judicial circulaban por Talcahuano 550, una persona se tiró a la planta baja y murió. Quienes lo acompañaban permanecieron conmovidos. Algunos se acercaron a acompañarlos. Pero otros tomaban selfies con el cuerpo de fondo. Esa relación con la muerte muestra el grado de la indiferencia.

Pero hay más paradojas en los tribunales.

Un fiscal, Juan Bidone, que aceptó el trabajo de representar los intereses generales de la sociedad frente al sistema judicial y cuyo norte es descubrir delitos, clama por convertirse en arrepentido.

Jueces de la Corte Suprema, Carlos Rosenkrantz y Horacio Rosatti, podrían ser víctimas de espionaje ilegal y pese a que integran la cabeza de uno de los poderes del Estado, escogieron un silencio que hace crujir los vidrios del cuarto piso de los tribunales.

Algunos fiscales parecen defensores “resistiendo” que algunos imputados se conviertan en arrepentidos. Tal pareciera ser el caso del fiscal de la causa D'Alessio.

Otros funcionarios de la justicia federal expresan su agobio por la transformación de los tribunales o eluden requerimientos de jueces anclados en la ley y no en trampas (como lamentablemente a veces también ocurre).

Frente a estas acciones de los que integran la Justicia, los ciudadanos en las calles dirimen con palos disputas de tránsito, las mujeres mueren en manos de la violencia de género y los jubilados esperan años y años para que la Justicia les reconozca el derecho a una jubilación digna. Estos contrastes son algunos de los indicadores de la indiferencia.

Pero hay más.

Quienes ocupan los roles de gobierno y aquellos que se aprestan para competir por ellos siguen practicando juegos peligrosos. Muchos funcionarios del gobierno limitan la agenda judicial a discutir en los medios las dolencias que afectan a Florencia Kirchner y a fustigar el comportamiento del fracasado prófugo Alberto Samid que espera una sentencia por hechos ocurridos en !!!1996!!!!, sin que el Procurador General de la Nación Eduardo Casal o la Corte Suprema planteen alguna política seria que al menos explique por qué un expediente que, de acuerdo a fuentes judiciales no es demasiado complejo, lleva casi 23 años y aún restan las apelaciones.

La justicia también sufre una espiral inflacionaria, pero de indiferencia. Los vientos que vienen del juzgado federal de Dolores a cargo de Alejo Ramos Padilla se explican en parte porque las autoridades desde hace demasiado tiempo permitieron que el sistema judicial se mueva desde los rígidos límites de las leyes que produce el Congreso, a las flexibles leyes del mercado que evolucionan de acuerdo a la relación entre la oferta y la demanda.

Al permitir ese desplazamiento, necesidades que no tenían que ver con la ley como aprietes, venganzas, carpetazos, espionaje, disciplinamiento comenzaron a compartir la escena y a mezclarse con hechos propiamente judiciales. El resultado de esa mezcla son los “D’Alessio”.

¿Podía todo esto acaso terminar de otro modo? Es muy difícil porque los procesos se explican por sus premisas. Sería bueno, de todos modos, que quienes nos gobiernan y los que aspiran a ello cambien de musa y miren a las Abuelas de Plaza de Mayo que hallaron a la nieta número 129.
Ellas no fueron indiferentes porque eludieron la niebla y mantuvieron firmes el timón y las velas. Su barco se dirigió siempre al mismo puerto. Ese puerto que en su canal de ingreso tiene un gran cartel que dice “verdad y justicia”. Dos palabras que están en los cimientos del edificio democrático.