Con Cameron siempre parece que el último proyecto megalomaníaco vaya a acabar en debacle. En Abyss, de 1989, llenó una central nuclear abandonada con 30 millones de litros de agua y sumergió a su equipo 10 horas al día durante 10 semanas. Para Titanic construyó una réplica del barco de 236 metros de largo, tan grande que Fox tuvo que construir un estudio por 57 millones de dólares en México con el único fin de contenerla. Con Avatar diseñó su propia cámara de tres dimensiones, instaurando un sistema de rodaje que el jefe de DreamWorks, Jeffrey Katzenberg, comparó a la irrupción del sonido o del color en el cine.
Sus detractores reprueban un ego desmedido. Y no hay megaproducción suya a la que no se le vaticine el más estrepitoso fracaso. De Avatar se recuerda la que fue probablemente su crítica más negativa, de un pequeño diario de Alabama, The Auburn Plainsman, que le otorgó mil estrellas negativas. “Glu, glu, glu...”, titulaba la revista Time en 1996 al escribir sobre Titanic. “¿Puede evitar el desastre el extravagante Titanic de James Cameron?”, se preguntaba la periodista Kim Masters. “El Titanic se hunde de nuevo (de forma espectacular)”, escribió Kenneth Turan en Los Angeles Times. Su perfeccionismo, que disparaba los presupuestos de los rodajes una vez iniciados, le valió la etiqueta, según señaló entonces The Sunday Times, de “el hombre más temido de Hollywood”.
Debía haber entregado acabada Titanic en verano de 1997. Pero obligó a retrasar el estreno, alegando que los efectos especiales eran demasiado complejos. Su apabullante éxito contradijo a los agoreros. Ganó 11 oscars, incluidos los de mejor película y mejor director. Al recibir este último, Cameron repitió aquella frase de DiCaprio en el filme: “¡Soy el rey del mundo!”.
Y el rey quiso venganza
A los días de barrer en los Oscar, compró espacio en una página de Los Angeles Times para responderle al crítico de ese diario. “La sensibilidad crítica de Turan es el peor tipo de elitismo egomaníaco”, escribió. “A nadie le interesan los desvaríos violentos de un hombre amargado que ataca y destroza las películas en las que la gran mayoría de espectadores invierte su tiempo y dinero. Turan no sabe lo que es disfrutar de la alegría de ver una película como la mayoría de la gente lo haría. Ha perdido el contacto, por tanto, con sus lectores, y ya no sirve en su puesto”.
En todas sus películas hay una mujer fuerte, que acaba teniendo un protagonismo decisivo. En Aliens es la teniente Ripley, interpretada por Sigourney Weaver. En Avatar, Zoe Saldaña, convertida en la alienígena azul Neytiri. Y en la saga de Terminator, la sufrida Sarah Connor, encarnada por Linda Hamilton, con la que Cameron estuvo casado entre 1997 y 1999.
Ha contraído matrimonio 5 veces. Se divorció de Sharon Williams, una camarera a la que había conocido en la universidad, para casarse con la productora de Terminator, Gale Anne Hurd. A la directora Kathryn Bigelow le seguirían Linda Hamilton y su actual (y, según él, definitiva) esposa, Suzy Amis, una actriz que salía en Titanic.
Solo el destino cruel de Hollywood podía dar un giro de guion a su vida como el de ver su epopeya en 3D, Avatar, equiparada en nueve nominaciones a los Oscar a En tierra hostil, una modesta cinta indie dirigida por Bigelow. A Cameron, sentado justo detrás de ella, se le fue congelando la sonrisa a medida que avanzaba la gala. Él logró tres galardones técnicos. Ella, seis, incluyendo los de mejor dirección y película. Esa noche, Cameron no fue el “rey del mundo”.