La razón está bajo nuestros pies, literalmente. La corteza terrestre está dividida en placas tectónicas, enormes bloques de roca que flotan sobre el manto terrestre y se mueven como si fueran balsas sobre un lago espeso. Argentina forma parte de la placa Sudamericana, que se mueve lentamente mientras interactúa con otras placas, como la de Nazca en el Pacífico. Esta última se hunde por debajo de la Sudamericana en un proceso conocido como subducción, generando terremotos, cordilleras y, sí, desplazamientos milimétricos pero constantes.
¿Esto tiene alguna consecuencia? Sí, aunque no vas a terminar en Perú en un par de siglos. Este movimiento tiene implicancias concretas, por ejemplo, en la actualización de los mapas y en la navegación satelital (GPS). También es clave para entender la actividad sísmica, especialmente en regiones como Cuyo o el noroeste argentino.
De hecho, el Sistema de Referencia Geodésico Argentino (POSGAR) se actualiza cada ciertos años para contemplar este desplazamiento, porque lo que ayer era “punto exacto”, hoy está... un poquito más allá.
Podemos. Después de todo, este país siempre se está moviendo: a veces avanza, a veces retrocede, a veces gira en círculos, pero nunca está quieto. Quizás, saber que hasta la tierra bajo nuestros pies está en constante transformación nos invite a repensar nuestras propias raíces, nuestros destinos y nuestra forma de pararnos en el mundo.