El cinturón de Van Allen no solo protege: también complica. Cualquier misión espacial que quiera salir de la órbita baja terrestre debe atravesarlo. Y no es un paseo de domingo. La exposición prolongada a esta zona puede dañar componentes electrónicos y poner en riesgo la salud de los astronautas. Por eso, las misiones Apolo, por ejemplo, lo cruzaron rápidamente y en rutas muy calculadas.
Algunos teóricos del apocalipsis tecnológico miran con recelo a este cinturón. ¿Y si se intensificara de forma repentina por una tormenta solar masiva? ¿Y si colapsara el campo magnético que lo mantiene contenido? Aunque los científicos aseguran que estos escenarios son poco probables, la ciencia ficción se frota las manos.
Un legado radioactivo que no perdona errores
En los últimos años, la acumulación de basura espacial —satélites en desuso, fragmentos de cohetes— ha comenzado a interactuar con el entorno del cinturón. Y si bien aún estamos lejos de un colapso radiactivo, los expertos alertan que estamos jugando con fuego. El cinturón de Van Allen no se ve, no hace ruido… pero está esperando. Y si algún día decide volverse en nuestra contra, el planeta entero podría pagar las consecuencias.
El cinturón de Van Allen se divide en dos regiones principales: una interior, que se extiende desde unos 1.000 hasta 6.000 kilómetros de altitud, y una exterior, que puede alcanzar hasta los 60.000 kilómetros. La zona interior está compuesta principalmente por protones de alta energía; la exterior, por electrones ultraenergéticos. Juntas, forman una especie de anillo letal alrededor del planeta, como si la Tierra estuviera enclaustrada dentro de un reactor nuclear cósmico.
Los científicos estudian constantemente la dinámica de estas regiones porque no son estables: pueden expandirse, contraerse o intensificarse según la actividad solar. Una tormenta solar lo suficientemente potente —como la del evento Carrington en 1859— podría alimentar los cinturones con tanta energía que los sistemas electrónicos en la órbita terrestre quedarían inutilizados. Satélites, estaciones espaciales e incluso GPS y telecomunicaciones podrían colapsar en cuestión de minutos.
¿Una jaula de protección natural o una bomba de tiempo?
Aunque el cinturón nos protege, su existencia también nos recuerda lo frágil que es nuestra relación con el espacio. Ingenieros y científicos deben diseñar cada misión fuera de la órbita baja teniendo en cuenta la amenaza de los cinturones. Algunos proyectos incluso han sido cancelados por no poder garantizar la seguridad de los equipos al atravesarlos.
Además, en tiempos de creciente militarización del espacio, hay una preocupación latente: ¿qué ocurriría si una detonación nuclear (como las que se probaron en los años 60 en la atmósfera) alterara la configuración del cinturón? Ya ocurrió una vez, con la prueba Starfish Prime, que amplificó la radiación artificialmente y destruyó varios satélites. El cinturón de Van Allen, al final, no solo es un escudo: es también un recordatorio de que el espacio no es un terreno neutro.