La joven respondió que le gustaban las versiones de Halloween dirigidas por Rob Zombie, conocidas por su estilo crudo y violento. En ese instante, según consta en el informe, Kohberger cambió el tono y formuló una pregunta escalofriante:
"C" respondió que, probablemente, morir apuñalada con un cuchillo sería una de las formas más dolorosas. Ante eso, Kohberger reaccionó rápidamente con una pregunta aún más específica y perturbadora:
“¿Algo así como… un Ka-Bar?”
En retrospectiva, esta pregunta cobra un peso abrumador. El cuchillo Ka-Bar —un arma de estilo militar utilizada históricamente por los Marines de Estados Unidos— fue el mismo tipo de cuchillo que Kohberger había comprado en Amazon meses antes de cometer los asesinatos. Ese detalle, hasta entonces irrelevante para "C", se convirtió en una clave siniestra tras el ataque.
La mujer confesó que no sabía qué era un cuchillo Ka-Bar y que debió buscarlo en Google. Fue en ese momento cuando decidió cortar todo contacto con Kohberger. “Sus preguntas me hacían sentir incómoda”, señaló en su testimonio.
Pese a la gravedad del relato, los investigadores reconocieron en el informe que no fue posible corroborar de manera independiente la historia de "C". Según se detalla en los documentos policiales, la mujer ya no tenía acceso a su cuenta de Tinder ni a la conversación con Kohberger, lo que impedía obtener evidencia directa del encuentro virtual.
No obstante, el testimonio fue incorporado a los registros como una de las múltiples pistas analizadas por los agentes durante la investigación.
La revelación del testimonio se conoció horas después de que Bryan Kohberger fuera condenado formalmente a cuatro cadenas perpetuas por los crímenes cometidos en la madrugada del 13 de noviembre de 2022 en una vivienda universitaria de la localidad de Moscow, Idaho.
Las víctimas fueron Xana Kernodle, Kaylee Goncalves, Madison Mogen y Ethan Chapin, cuatro estudiantes de la Universidad de Idaho que fueron brutalmente apuñalados mientras dormían. El caso sacudió al país, no solo por la violencia del crimen, sino también por la falta de móviles aparentes y el perfil inquietante del asesino.
Kohberger, un estudiante de criminología, aceptó declararse culpable en un acuerdo para evitar la pena de muerte. En sus propias palabras, dijo que lo hacía para “dar cierre a las familias” y evitar “un proceso doloroso y prolongado”.
Lo más escalofriante del testimonio de "C" no es solo la naturaleza de sus palabras, sino el contexto temporal. El encuentro ocurrió tan solo semanas antes de que Kohberger ejecutara los asesinatos. Y aunque para ella fue simplemente una cita rara más entre muchas otras, con el tiempo se convirtió en una pieza más del rompecabezas criminal.
¿Cuántas otras personas podrían haber notado actitudes sospechosas en Kohberger antes de que actuara? ¿Podría haberse evitado la tragedia si alguna alerta hubiese sido tenida en cuenta a tiempo?
Este caso también pone en evidencia los riesgos latentes en las interacciones digitales. Aplicaciones como Tinder han facilitado los encuentros, pero también han abierto la puerta a personas con intenciones oscuras, capaces de manipular, acosar o, como en este caso, ocultar tendencias criminales.
"C" hizo lo correcto: notó señales de alarma y se alejó. Pero su historia, conocida recién ahora, revela una oportunidad perdida para advertir sobre un comportamiento que, en otras circunstancias, podría haber salvado vidas.
Bryan Kohberger no era un delincuente común. Estudiante de doctorado en criminología, su obsesión por los asesinatos y el comportamiento criminal iba mucho más allá del interés académico. Muchos expertos señalan que Kohberger parecía fascinado con la idea de controlar y dominar a otros, una característica propia de los asesinos seriales.
La elección del cuchillo Ka-Bar, su forma meticulosa de planear los ataques y hasta el aparente desdén por el sufrimiento de las víctimas, hablan de una mente calculadora y peligrosamente fría.
Con la sentencia ya dictada y la promesa de que Bryan Kohberger pasará el resto de su vida en prisión sin posibilidad de libertad condicional, muchas de las heridas siguen abiertas. Para las familias, el dolor persiste. Para los investigadores, aún quedan preguntas sin respuestas. Y para la sociedad, el temor de que el mal pueda esconderse incluso detrás de una sonrisa en una app de citas.