Entre los medicamentos más asociados con este síntoma se encuentran los antibióticos, como el metronidazol o la claritromicina; los antihipertensivos, especialmente los IECA como el enalapril o el captopril; los antidepresivos y ansiolíticos, que afectan la función neurológica del gusto; así como suplementos minerales en altas dosis, como el hierro, el zinc o el calcio. También es común que las personas que se someten a tratamientos oncológicos —como la quimioterapia o la radioterapia— desarrollen alteraciones del gusto, incluyendo la percepción metálica, debido al impacto de estas terapias sobre las células gustativas y las glándulas salivales.
2. Problemas bucales
La salud oral también puede tener un rol en la aparición de sabores extraños. Enfermedades de las encías, infecciones dentales, caries profundas o la acumulación de placa pueden liberar sustancias metálicas o azufradas que alteran el sabor de la saliva. Incluso una higiene dental deficiente o el sangrado de encías —que introduce hierro en la cavidad bucal— pueden provocar esta sensación.
En estos casos, un control odontológico puede ser suficiente para resolver el síntoma.
3. COVID-19 y otros virus respiratorios
Durante la pandemia, muchos pacientes describieron el sabor metálico como uno de los primeros síntomas. La disgeusia, junto con la pérdida del olfato, fue una de las señales distintivas del virus SARS-CoV-2. Esto ocurre porque el virus puede infectar las células de la mucosa nasal y afectar también los nervios implicados en la percepción del gusto.
Este mismo mecanismo puede activarse con otros virus respiratorios o cuadros gripales intensos, aunque suele ser menos notorio. En la mayoría de los casos, el síntoma desaparece a las pocas semanas.
4. Embarazo y cambios hormonales
Durante el embarazo, muchas mujeres reportan cambios en la percepción de sabores, incluyendo el metálico. Esto se debe a las fluctuaciones hormonales, en particular del estrógeno, que modulan la sensibilidad gustativa. El fenómeno es más frecuente en el primer trimestre y suele desaparecer espontáneamente. También puede presentarse en otros momentos de desequilibrio hormonal, como la menopausia.
5. Trastornos neurológicos
El sistema nervioso tiene un rol clave en la percepción del gusto. Cuando se afectan ciertos nervios —como el facial o el glosofaríngeo—, pueden surgir alteraciones sensoriales, entre ellas la disgeusia metálica. Enfermedades como la esclerosis múltiple, el Parkinson o incluso lesiones cerebrales pueden causar este síntoma, aunque suele estar acompañado de otros signos neurológicos.
6. Deficiencia de vitaminas o minerales
La falta de ciertos micronutrientes puede impactar directamente en los sentidos. En particular, la deficiencia de zinc está vinculada a una disminución o alteración del gusto, ya que este mineral participa en la regeneración de células gustativas. También pueden influir los niveles bajos de vitamina B12 o ácido fólico.
Un análisis de sangre puede detectar estas carencias, y su corrección suele resolver el problema.
7. Exposición a sustancias tóxicas o metales
Estar en contacto con ciertos metales pesados —como el mercurio, el plomo o el arsénico— puede generar una sensación metálica en la boca, incluso en concentraciones bajas. Esto puede ocurrir en ámbitos laborales específicos, pero también por agua o alimentos contaminados. En estos casos, el sabor suele estar acompañado por otros síntomas como dolor abdominal, fatiga o alteraciones neurológicas.
8. Enfermedades hepáticas o renales
En patologías crónicas del hígado o los riñones, como la cirrosis hepática o la insuficiencia renal, pueden acumularse en sangre compuestos que alteran el sabor. En particular, los pacientes con insuficiencia renal avanzada suelen describir un sabor a hierro o amoníaco en la boca, asociado a la uremia.
Estos casos requieren un seguimiento médico y suelen ser parte de un cuadro clínico más amplio.
¿Cuándo consultar al médico?
Si la disgeusia metálica aparece de forma repentina y persiste por más de unos días, o si se acompaña de otros síntomas -como fatiga, pérdida de peso, fiebre o dolor-, es recomendable consultar a un profesional. También si se toman medicamentos nuevos, si hay antecedentes de enfermedades crónicas o si se sospecha de una infección viral.
El diagnóstico suele requerir una evaluación clínica, un interrogatorio detallado y, en algunos casos, análisis de laboratorio. En muchos casos, identificar la causa y tratarla permite que el sabor metálico desaparezca por completo.