Cinco balas salieron de las armas de los motochorros. Tres impactaron directamente en el cuerpo de la víctima, una en la mano izquierda, otra en el muslo izquierdo (con orificio de entrada y salida) y una tercera lo rozó en la pierna derecha. Sin embargo, dos proyectiles fueron detenidos por la mochila que J.G. llevaba colgada sobre el pecho, transformándola en una barrera salvadora.
Un escudo improbable: el zapallo que salvó su vida
Dentro de esa mochila, J.G. llevaba artículos que jamás imaginó que se convertirían en su defensa ante la muerte: un zapallo, un shampoo, una crema de enjuague, un jabón y una campera. Esos objetos absorbieron parte del impacto de las balas y evitaron que alcanzaran órganos vitales.
“La vida se la salvó un zapallo”, repitió María, aún conmocionada por lo sucedido. “Todo fue muy rápido. Había mucha sangre, pensamos que se moría. Lo tuvo que llevar un vecino al hospital porque la ambulancia no llegaba”.
Traslado de urgencia y una recuperación lenta
El ataque fue presenciado por varios automovilistas, comerciantes y clientes que se encontraban en la zona. En medio del caos, un vecino lo subió a su auto y lo trasladó de urgencia al Hospital Interzonal Luisa Cravenna de Gandulfo, donde recibió las primeras atenciones. Le extrajeron una bala de la mano sin anestesia. Luego fue derivado a la Clínica IMA, donde fue operado por las fracturas óseas en el pulgar.
“Todavía está internado, pero está fuera de peligro”, confirmó María. La moto fue robada por los delincuentes, que huyeron tras concretar el asalto. Pese al operativo cerrojo montado por la Policía Bonaerense, no hubo detenidos.
La impotencia del barrio y la inacción judicial
La indignación creció cuando la familia de J.G. logró rastrear a los supuestos responsables. “Los conocemos del barrio. Son menores de 20 años y subieron fotos con la moto robada a Instagram”, denunció María en diálogo con La Nación.
“Tenemos sus nombres, direcciones, hasta el lavadero donde desarmaron la moto, pero la fiscalía no hizo nada. J.G. hizo la denuncia virtual y adjuntó todas las pruebas, pero ni lo llamaron para ratificarla”.
La comunidad señala que la moto habría sido desarmada y quemada para vender sus piezas en el mercado negro, una práctica habitual en la zona.
Inseguridad sin descanso: robos las 24 horas
Los vecinos describen un escenario de inseguridad permanente. “Vivimos mirando el grupo de WhatsApp donde avisamos si hay gente sospechosa, autos o motos merodeando, o si están trepando por los techos”, contó María. “Hace cuatro meses me robaron la moto 0km. A mi hermano lo asaltaron en la puerta de casa hace dos semanas. A la zona de Bunge directamente no vamos, es tierra de nadie”.
Los comerciantes, por su parte, intentan cerrar sus negocios todos al mismo tiempo para evitar quedar expuestos, y utilizan rutas alternativas para volver a casa en grupo. “Ya sabemos que los chorros se escapan por Fiorito, Bunge y 9 de Abril. Y la policía no tiene ni recursos ni voluntad”, lamentan.