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¿Un crimen premeditado o un estallido de furia? Lo que revelan los peritajes psicológicos del caso Ricardo Barreda

La masacre familiar que cometió Ricardo Barreda en 1992 abrió una grieta entre peritos, jueces y la opinión pública: ¿estaba en pleno uso de sus facultades mentales? ¿Fue un brote de ira o un acto planeado? Qué dijeron los informes psicológicos que marcaron su destino judicial.

¿Un crimen premeditado o un estallido de furia? Lo que revelan los peritajes psicológicos del caso Ricardo Barreda

La mañana del 15 de noviembre de 1992, Ricardo Barreda dijo una frase que quedó inscripta en la historia criminal argentina: “Me voy a podar la parra”. Acto seguido, agarró una escopeta y asesinó a su esposa, sus dos hijas y su suegra en la casona de La Plata donde todos vivían. La brutalidad del hecho dejó sin aliento al país entero, pero muy pronto el foco se desplazó a otra pregunta: ¿fue un crimen premeditado o un arrebato emocional?

Esa disyuntiva no solo atravesó los medios y el juicio, sino también los extensos peritajes psicológicos y psiquiátricos que se le realizaron a Barreda antes y después del proceso judicial. Lo que estaba en juego era clave: si actuó con plena conciencia, debía ser condenado como un asesino múltiple. Si lo hizo bajo una alteración mental grave, podría ser declarado inimputable.

La salud mental de Barreda, bajo la lupa

A pocos días del crimen, Barreda fue sometido a una serie de peritajes que buscaban establecer si tenía algún tipo de trastorno psicológico. Uno de los primeros informes, realizado por el Cuerpo Médico Forense, concluyó que no padecía una enfermedad mental grave, sino una personalidad con rasgos narcisistas, dependientes y paranoides.

Los peritos señalaron que Barreda era un hombre que se sentía humillado por su entorno familiar, con una marcada dificultad para asumir responsabilidades personales y con una tendencia a atribuir sus frustraciones a los demás. Según su relato ante la Justicia, era “burlado y despreciado” por su esposa y sus hijas, quienes lo llamaban “Conchita” por encargarse de las tareas del hogar.

En lugar de considerar que se trató de un impulso irrefrenable, los especialistas concluyeron que existió una organización previa de la acción, lo que descartaba el brote psicótico o el arrebato momentáneo. La decisión de usar la escopeta (que él mismo había escondido), el orden de los disparos y la posterior limpieza de la escena mostraban una clara intencionalidad.

“Actuó con lucidez y frialdad”

Uno de los puntos más citados del peritaje fue la frialdad con la que Barreda relató los hechos, tanto en sede judicial como en las entrevistas con los psiquiatras. No mostró signos de culpa ni remordimiento inmediatos. Tampoco intentó quitarse la vida ni escapar: simplemente se fue a un hotel con su amante.

Esa conducta llevó a los expertos a calificar su estado mental como compatible con la comprensión del acto criminal. Es decir, entendía lo que estaba haciendo y podía diferenciar entre el bien y el mal. Por eso, el Tribunal Oral en lo Criminal N°1 de La Plata lo condenó a reclusión perpetua en 1995.

A pesar de los dictámenes, el caso Barreda dejó abiertos varios interrogantes. ¿Puede una personalidad profundamente resentida convertirse en una bomba de tiempo? ¿La presión del entorno familiar puede actuar como detonante de un crimen así, sin que medie una psicosis?

Con los años, Barreda intentó reconfigurar su imagen. Dio entrevistas, escribió cartas, pidió su liberación. Pero nunca se alejó del personaje que construyó: el hombre “buenazo” que fue empujado al límite por su entorno. Esa narrativa, sin embargo, nunca convenció del todo ni a la Justicia ni a la mayoría de los peritos.

Murió en 2020, con arresto domiciliario, tras haber pasado más de 24 años privado de su libertad.