En lugar de considerar que se trató de un impulso irrefrenable, los especialistas concluyeron que existió una organización previa de la acción, lo que descartaba el brote psicótico o el arrebato momentáneo. La decisión de usar la escopeta (que él mismo había escondido), el orden de los disparos y la posterior limpieza de la escena mostraban una clara intencionalidad.
“Actuó con lucidez y frialdad”
Uno de los puntos más citados del peritaje fue la frialdad con la que Barreda relató los hechos, tanto en sede judicial como en las entrevistas con los psiquiatras. No mostró signos de culpa ni remordimiento inmediatos. Tampoco intentó quitarse la vida ni escapar: simplemente se fue a un hotel con su amante.
Esa conducta llevó a los expertos a calificar su estado mental como compatible con la comprensión del acto criminal. Es decir, entendía lo que estaba haciendo y podía diferenciar entre el bien y el mal. Por eso, el Tribunal Oral en lo Criminal N°1 de La Plata lo condenó a reclusión perpetua en 1995.
A pesar de los dictámenes, el caso Barreda dejó abiertos varios interrogantes. ¿Puede una personalidad profundamente resentida convertirse en una bomba de tiempo? ¿La presión del entorno familiar puede actuar como detonante de un crimen así, sin que medie una psicosis?
Con los años, Barreda intentó reconfigurar su imagen. Dio entrevistas, escribió cartas, pidió su liberación. Pero nunca se alejó del personaje que construyó: el hombre “buenazo” que fue empujado al límite por su entorno. Esa narrativa, sin embargo, nunca convenció del todo ni a la Justicia ni a la mayoría de los peritos.
Murió en 2020, con arresto domiciliario, tras haber pasado más de 24 años privado de su libertad.