Opinión

Levanten el cepo que quiero exportar

El autor plantea la necesidad de evitar que se repita el escenario de pérdida de empresas, concentración de negocios y caída de empleos agroindustriales registrada entre 2011 y 2015.
Eugenio Marí
por Eugenio Marí |
Entre 2011 y 2015 las exportaciones totales del sector agroindustrial cayeron casi 20%

Entre 2011 y 2015 las exportaciones totales del sector agroindustrial cayeron casi 20%, con consecuencias sobre las empresas y la generación de empleo. 

Voy a comenzar diciendo algo que en la Argentina actual resulta a la vez evidente y polémico: debemos eliminar el cepo cambiario. Las regulaciones sobre este mercado son cada vez más estrictas y creativas, en el mal sentido de la palabra. Las autoridades del Banco Central nos han demostrado que tienen una capacidad casi infinita para idear nuevas restricciones en aras de “cuidar las reservas internacionales”. Sin embargo, este es un camino que ya hemos transitado y que sabemos que es insostenible.

En el ojo de esta tormenta de insostenibilidad se encuentra el complejo agroindustrial argentino. El cepo cambiario lo golpea negativamente, en primer lugar, porque implica un subsidio a las importaciones y un impuesto a las exportaciones. En la práctica, esto es una transferencia de recursos desde los exportadores, el mayor de ellos el agro, hacia los sectores importadores.

Como esto implicaría un desequilibrio en la balanza comercial, las trabas cuantitativas y permisos discrecionales se han multiplicado con el objetivo de mantener las importaciones a raya. Pero el laberinto regulatorio se ha tornado tan complejo que vuelve a golpear al sector agroindustrial, ahora a través de la escasez de insumos importados. Insumos que son imprescindibles para sostener las cadenas de valor y la competitividad.

En medio de la peor crisis macroeconómica en dos décadas, las situaciones absurdas se multiplican. Empresas agroindustriales que podrían estar aumentando la producción y vendiendo al mundo no lo hacen porque no consiguen la autorización para comprar divisas y hacerse con insumos o porque las regulaciones empiezan a afectar a sus proveedores. Por ejemplo, hace unas semanas hemos sido testigos del reclamo de bodegas argentinas por la falta de botellas de vidrio. Esta situación se extiende a fertilizantes, envases, maquinaria, repuestos, solo por nombrar algunos ejemplos.

Pero la cuestión no termina allí. El cepo también genera un subsidio a la formación de activos externos y un desincentivo al ahorro y la inversión productiva en el sistema financiero local. Para las empresas agroindustriales esto deriva en falta de crédito y tasas altas que hacen perder rentabilidad. Más temprano que tarde, esto afecta la competitividad y, por consiguiente, a las exportaciones.

Si la situación es tan crítica, ¿por qué no hay reclamos más duros? Desde el punto de vista económico, porque hay factores que contribuyen a camuflar los problemas de fondo. Los más destacados son la suba casi sin precedentes en los precios internacionales y la normalización de la actividad en el marco de la salida de la pandemia. Ambos han contribuido a aliviar la situación de las empresas y del Banco Central. Pero solo son circunstancias de cortísimo plazo.

De mantener este rumbo, pronto empezaremos a ver un marcado deterioro en la producción y en las exportaciones agroindustriales. No sería una sorpresa. Entre 2011 y 2015 las exportaciones totales del sector cayeron casi 20%. Dinámica que fue moderada por la migración de cultivos: las exportaciones de soja bajaron 10% mientras que las de girasol cayeron 58%, las de trigo 56% y las de maíz 29%.

En ese período, prácticamente todas las cadenas agroindustriales experimentaron caída en los volúmenes exportados, pérdida de mercados, merma en la cantidad de empresas exportadoras, concentración en los productos exportados, destrucción de producción y del empleo registrado.

Evitar que este escenario se repita es algo posible. Pero exige levantar el cepo y desarmar las restricciones sobre el mercado cambiario. Todo en el marco de un programa monetario y fiscal que devuelva la sostenibilidad a las cuentas públicas y permita comenzar a reducir la inflación de manera sostenible. Hasta ahora no hay tierra a la vista.

El autor es docente de Economía Internacional de la UCEMA y colaborador de la Fundación Libertad y Progreso.

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