"En el hombre se reúne criatura y creador", dijo Nietzsche en Más allá del bien y el mal, además de argumentar que el ser humano no busca la verdad, porque la verdad no existe; la verdad se construye entre muchos, lo que el hombre busca es el error. Fue el romanticismo donde la eterna dicotomía entre lo apolíneo y lo dionisiaco se puso en pelea otra vez, y es justamente Nietzsche quien promueve esta discusión que Mary Shelley construye en su obra.
¿Es el mal la criatura de aspecto tenebroso, creada a partir de cadáveres, o el Dr. Frankenstein por intentar ser Dios? La discusión, como la del bien y el mal o la de lo apolíneo y dionisiaco, es eterna. Posiciones y verdades. Verdades compartidas por la mayoría que vienen a postularse como verdades oficiales, pero no dejan de ser posiciones subjetivas. Porque de eso se trataba el romanticismo, de engendrar de la forma más emarañada la subjetividad.
Lord Byron, cabeza y figura del romanticismo británico, fue quien puso la semilla. Lord Byron retó a los Shelley y John Polidori a escribir una historia de terror. Polidori completó la historia y Mary Shelley inició el borrador de lo que sería Frankenstein o el moderno Prometeo llevada por la idea de algunas investigaciones de las que conocía sobre el uso de la electricidad para revivir cuerpos inertes.
El libro salió con un prólogo firmado por el marido de Mary, y por eso, al principio todos creyeron que esa historia la contaba él. No era una época donde las mujeres podían escribir novelas, menos de terror. Pero Shelley era hija de una feminista. Y no se iba a dejar amedrentar por los paradigmas de la época. Mary Shelley le puso cara al libro ante el asombro de la sociedad conservadora, que no se decidía entre aplaudirla o condenarla.
Shelley vivió varias penas, entre la pérdida de casi todos sus hijos, el suicidio de la esposa de su amante, el rechazo de su padre ante sus elecciones y la pelea por ser reconocida como una escritora seria en un mundo donde las mujeres no podían o, mejor dicho, no debían trabajar. Sin embargo, gracias a su posición firme y su convicción de que uno debe hacer lo que ama, hoy la literatura de ficción está llena de escritoras que deben pelear menos (que en aquella época) por sobrevivir en la industria.