Desde entonces, su fidelidad fue inquebrantable: estuvo presente en los últimos diez Mundiales y ocho Eurocopas, acumulando más de 400 partidos. En la Copa del Mundo de 2010 en Sudáfrica —la que consagró por primera vez campeona a la Selección española—, Manolo debió regresar temporalmente por una enfermedad, pero regresó para las semifinales y pudo presenciar la histórica consagración en Johannesburgo.
Su historia es también la de un hombre común marcado por la pasión. Durante años tuvo un bar en Huesca y más tarde locales en Zaragoza y Barcelona. En 1982 se instaló en Valencia, donde trabajó en el rubro gastronómico y de espectáculos. Las dificultades económicas no lo doblegaron: aunque en más de una ocasión pensó en vender sus bombos, nunca dejó de seguir a la Selección.
En redes sociales, la cuenta oficial de La Roja expresó su pesar con un emotivo mensaje: “Ha fallecido uno de nuestros seguidores más fieles, quien siempre nos acompañó en las buenas y en las malas. Sabemos que seguirás haciendo retumbar nuestros corazones. Descansa en paz, Manolo. Nuestro más sentido pésame a sus familiares y amigos”.
El fútbol se queda sin uno de sus personajes más entrañables. Pero en cada tribuna donde suene un bombo alentando a un equipo, el eco de Manolo seguirá vivo.