Los jueces entendieron que, aunque no se pudo probar que la bala que mató a Nayla provenía directamente del arma que portaba Moyano, su accionar configuró lo que el derecho penal denomina “dolo eventual”: es decir, disparar sabiendo que el resultado podría ser fatal, pero eligiendo continuar con la acción de todas formas. La querella lo expresó con crudeza: “Dispararon a lo loco, sabiendo que había nenes, familias, gente ajena al conflicto. Eligieron seguir tirando igual”.
La captura de Moyano y los testimonios que lo señalaron
Un mes después del asesinato de Nayla, Moyano fue detenido en Virrey del Pino, donde se ocultaba tras haber estado prófugo durante dos años. Durante el juicio, un testigo clave brindó un relato escalofriante de los hechos, revelando que al principio no contó toda la verdad por temor a represalias de personas cercanas a Moyano y su entorno. Este testimonio fue fundamental para reconstruir la cronología de la noche del crimen y apuntalar la acusación.
El tribunal también tuvo en cuenta los elementos probatorios, los peritajes balísticos y las lesiones sufridas por los otros heridos. Los hechos de violencia narco en el barrio 1-11-14, conocido por ser escenario de disputas territoriales y ajustes de cuentas, enmarcaron el contexto de este crimen, que dejó una cicatriz profunda en la comunidad.
Un barrio marcado por la violencia
El barrio 1-11-14 lleva años siendo escenario de conflictos entre bandas dedicadas al narcotráfico. Las balaceras no son ajenas a sus calles, y las víctimas colaterales suelen ser vecinos inocentes, como lo fue Nayla Torrilla. El asesinato de la pequeña encendió las alarmas y motivó numerosos pedidos de mayor presencia policial y medidas concretas para frenar la violencia armada en la zona.
Cristian Ezequiel Escobedo, asesinado en enero de 2021, fue otra de las víctimas de estos enfrentamientos. Su muerte permaneció impune hasta que la investigación del caso de Nayla permitió reunir pruebas que también implicaron a Moyano en ese crimen.
El dolor de una familia y un barrio que no olvida
Para la familia de Nayla, la condena de Moyano significa un paso hacia la justicia, aunque nada podrá devolverles a su hija. “Ella era una nena feliz, le encantaba jugar, reírse, no tenía maldad”, expresó su madre durante una de las audiencias. “Lo único que queremos es que esto no le pase a ningún otro chico, que no haya más Naylas en el barrio”.
Los vecinos también manifestaron su indignación y temor ante la escalada de violencia. “No podemos vivir con miedo cada día, sabiendo que cualquier discusión entre bandas puede terminar con una bala perdida que se lleva una vida”, comentó uno de los residentes de la zona.
¿Un cambio real o solo una condena más?
Si bien la sentencia de 17 años contra Moyano es vista como un triunfo por parte de la fiscalía y los familiares de las víctimas, muchos se preguntan si será suficiente para disuadir futuros enfrentamientos. La problemática de fondo sigue siendo la presencia del narcotráfico y el uso indiscriminado de armas de fuego en barrios vulnerables, donde el Estado muchas veces llega tarde o no llega.
El caso de Nayla Torrilla trascendió las fronteras del barrio 1-11-14 y se convirtió en un emblema de la violencia urbana que afecta a miles de argentinos. A dos años del crimen, su nombre sigue siendo recordado como símbolo del dolor y la injusticia, pero también como un llamado urgente a frenar el espiral de violencia que se cobra vidas inocentes.