Pero no se trata solo de una construcción social. Un estudio reciente de la Universidad de Tennessee, publicado en la revista Nature Human Behaviour, reveló que existe un componente genético que incide directamente en la capacidad de moverse con ritmo. El trabajo, que analizó a miles de personas, detectó variaciones genéticas vinculadas a la habilidad de sincronizar el cuerpo con estímulos musicales.
Esto significa que algunas personas simplemente nacen con menos predisposición para el baile. No es falta de interés, ni de entusiasmo: es, en parte, una cuestión biológica.
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Qué significa que no te guste bailar, según la psicología
Cuando bailar es inseguridad: la relación entre autoestima y movimiento
Los psicólogos coinciden en que el cuerpo es un espejo de la autoestima. En este sentido, bailar implica asumir el cuerpo como vehículo de expresión, algo que no todas las personas están preparadas para hacer.
La adolescencia suele ser un momento clave en esta relación. Si en ese período se vivieron situaciones de vergüenza, burla o humillación al bailar —por ejemplo, en fiestas escolares o reuniones sociales—, es posible que se haya forjado una aversión duradera a la práctica.
"Muchos adultos que no bailan hoy, en realidad, arrastran experiencias dolorosas del pasado," explica la psicóloga clínica María Eugenia Rossi. "Tal vez fueron juzgados, criticados o incluso ignorados cuando intentaron bailar. Esos recuerdos dejan huellas profundas".
La cultura también tiene un papel relevante. En algunas sociedades, el baile es parte de la vida cotidiana. En otras, se reserva para ocasiones formales o específicas, lo que contribuye a que muchos lo vivan con ansiedad.
Los beneficios psicológicos del baile: lo que se pierde quien no baila
Aunque no a todos les resulte agradable, bailar ofrece múltiples beneficios comprobados por la ciencia. A continuación, algunos de los más destacados:
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Reduce el estrés y la ansiedad: al bailar, el cuerpo libera endorfinas, neurotransmisores responsables de sensaciones placenteras. Esto tiene un impacto directo en el bienestar emocional.
Refuerza la autoestima: al aceptar y mover el cuerpo con libertad, muchas personas experimentan una mejora en su imagen corporal y en su seguridad personal.
Estimula la memoria y la atención: aprender coreografías o nuevos estilos de baile activa zonas del cerebro relacionadas con la memoria y la concentración.
Ayuda a combatir la depresión: estudios han demostrado que la actividad física al compás de la música puede elevar el ánimo de manera efectiva, incluso más que otros ejercicios.
Fomenta la creatividad: especialmente en estilos como el hip hop, la salsa o la danza contemporánea, el baile se convierte en un canal de expresión libre, donde la persona explora su originalidad sin censura.
¿Se puede aprender a disfrutar del baile?
Para quienes no se sienten cómodos bailando, la buena noticia es que no todo está determinado por la genética o el pasado. La relación con el baile puede cambiar si se trabaja desde una perspectiva terapéutica o incluso con exposiciones progresivas en un ambiente seguro.
Los terapeutas corporales, por ejemplo, proponen ejercicios de movimiento libre y consciente que permiten reconectar con el cuerpo sin la presión del ritmo musical estricto. Estos enfoques priorizan la reconciliación con el cuerpo y el disfrute del movimiento, más allá del rendimiento.
También hay propuestas dentro de la danza terapia, una disciplina que combina psicología y arte para explorar emociones y desbloquear tensiones a través del baile.
"No se trata de aprender a bailar para otros, sino para uno mismo," señala el profesor de expresión corporal Lucas Iturri. "Es volver a confiar en el cuerpo, en su ritmo y su capacidad de comunicar sin palabras."
Un asunto de respeto y empatía
Así como no debe obligarse a nadie a bailar, tampoco es justo juzgar a quien no lo hace. La presión social para “pasarla bien” a través del baile puede tener un efecto adverso en quienes no disfrutan esta actividad.
Muchas veces, el rechazo al baile se interpreta como timidez, arrogancia o falta de compromiso con la diversión. Pero como hemos visto, las causas pueden ser mucho más profundas y sensibles.
Aceptar que cada cuerpo tiene sus tiempos, sus límites y su historia es un paso necesario hacia una sociedad más empática y diversa, también en la pista de baile.
El baile es una experiencia emocional, corporal y social profundamente humana. Para algunos, representa liberación. Para otros, una fuente de angustia. Ambas experiencias son válidas, y ninguna debería ser motivo de juicio.
Comprender las razones por las que algunas personas no disfrutan bailar no solo enriquece nuestra mirada sobre el cuerpo y la mente, sino que también nos invita a repensar cómo concebimos el disfrute, la expresión y el vínculo con los demás.
En un mundo donde cada vez se valora más la autenticidad y la salud emocional, permitirse decir “no quiero bailar” sin culpa es, quizás, una de las formas más genuinas de libertad.
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Qué significa que no te guste bailar, según la psicología