Hitler no murió en 1945. Mucho menos se suicidó. Hitler escapó de Alemania y finalmente llegó a la Argentina, en donde vivió hasta su muerte.
Hitler no murió en 1945. Mucho menos se suicidó. Hitler escapó de Alemania y finalmente llegó a la Argentina, en donde vivió hasta su muerte.
Se estableció en Bariloche junto a su mujer Eva Braun. Con dos hijas.
En un momento, Eva Braun se cansó de la monotonía al pie de los Andes y lo abandonó.
Otros aseguran que vivió en una hacienda de Baviera con Eva Braun.
Incluso hasta hubo quien aseguró haberlo reconocido caminando por las calles de Dublín, vestido de mujer.
Son algunas de las miles de historias que se han contado sobre Adolf Hitler en los últimos 76 años. Muy por encima del hecho fáctico de su suicidio en el interior en el Búnker de Berlín en 1945.
Siempre aparece alguien propenso a dar una nueva teoría que plantee la supervivencia del Führer. Aunque no presenten pruebas en que apoyarse.
Estas revelaciones – muchas de ellas inéditas – son las que plantea Richard Evans en “Hitler y las teorías de la conspiración”, publicado este mes por editorial Planeta.
Las mentiras sobre Hitler venden. “En el siglo XXI se han dedicado más libros a la supervivencia de Hitler en Argentina que en los cincuenta y cinco años precedentes”, escribe el prestigioso historiador británico.
Utiliza la figura del máximo jerarca nazi para revisar como varios de los elementos que acompañaron toda su vida pública están presentes hoy en día. No importa verificar que un hecho sea cierto. Si la mayoría lo cree, es suficiente. Estrategia que adquiere una fuerza renovada por medio de las nuevas tecnologías de comunicación.
Se basa en el intelectual norteamericano, Richard Hofstadter, que llamó a esto “cultura paranoide”.
¿En qué consiste? Solo toman como válidas las interpretaciones que demuestran sus propias creencias. Nada ocurre por casualidad. Siempre hay alguien que manipula los acontecimientos.
“No importa si los hechos son reales o falsos, sino que sean tomados como ciertos”, advierte en su libro. Para demostrarlo recurre a cinco supuestas conspiraciones que rodearon el ascenso y caída de Hitler (¿o sobrevivió a la derrota de los nazis como muchos han asegurado durante décadas?).
La última teoría conspirativa, o en este caso una noticia totalmente falsa, es la que niega el suicidio de Hitler al saber que el Tercer Reich estaba vencido. Está en último capítulo del libro, también el más extenso. Es el más interesante para los argentinos porque plantea – siempre según estas teorías - que Hitler encontró un refugio seguro en nuestro país.
De todas las historias sobre su escape del búnker de Berlín, la mayoría lo deposita como destino final en la Argentina. Más exactamente en la zona de San Carlos de Bariloche.
Adolf Hitler y Eva Braun huyeron hacia España, allí abordaron un submarino (en una flota de tres) y llegaron a nuestro país. Escoltados por contactos nazis – acogidos por el gobierno del General Perón – llegaron hasta Bariloche y allí se reunieron con Úrsula, hija adoptiva de Eva Braun.
Los relatos son múltiples. Sobre la vida que llegó Hitler en la Patagonia argentina. Incluso existe un libro escrito por Simon Duntan y Gerrard Williams que dan como válidas estas especies.
Otra versión habla de una Eva Braun, ya madura, con una segunda hija, que se separó de Hitler por no tolerar la tranquilidad de esa vida “oculta ante el mundo”.
Richard Evans se encarga de demostrar minuciosamente que ninguna de todas las versiones sobre la “etapa argentina” de Hitler pudo jamás ofrecer ninguna prueba. Siempre se trató de dichos, relatos de terceros o fotos que jamás aparecieron.
Por supuesto, estas conspiraciones siempre tienen la justificación para su falta de rigor para exhibir pruebas contundentes.
Como todo es obra de una conspiración, las pruebas y documentos fueron destruidos convenientemente por una conspiración permanente.
Incluso, hasta un canal de hechos históricos promocionó un documental ambicioso: “Persiguiendo a Hitler, la investigación más profunda que el mundo ha visto”.
En realidad, no se ve absolutamente nada. Ninguna prueba. Ni fotos, ni túneles secretos o entradas disimuladas (al costado de una ruta muy transitada), ni testimonios directos. Solo versiones, basadas en “habría…” la manera condicional de presentar datos inexistentes como posibles.
Importa ser creíble, no que sea cierto.
Adolf Hitler se suicidó en su búnker el 30 de abril de 1945. Un día antes, se casó con Eva Braun. Al día siguiente, echó a sus colaboradores y quedó solo con su esposa. Le dio una cápsula de cianuro – antes había probado su efectividad con su perro Blondi. Adolf Hitler se pegó un tiro en la sien derecha.
Así los encontró Martin Bormann. La pistola usada por el Führer estaba en el suelo. Evans relata que el cuerpo de Eva Braun liberaba un olor a almendras amargas por el envenenamiento.
Hitler había dispuesto en su testamento que sus restos se incineraran para que no fueran profanados. Otra demostración de que estaba consciente de la derrota del Eje.
Su ayudante de cámara, Heinz Linge y su edecán, Otto Günsche – junto a tres soldados – llevaron los cuerpos a un jardín contiguo a la cancillería del Reichstag.
Bajo la supervisión de Bormann y Goebbles, los cuerpos se rociaron con combustible y fueron incinerados. Luego, cubiertos por tierra para no ser descubiertos.
El ejército ruso, el primero en entrar en Berlín, fue quien logró dar con ese sitio “secreto”.
Josef Stalin ordenó llevar los restos encontrados a Moscú.
Una caja de cigarros fue suficiente: solo una parte de la mandíbula y dos puentes dentales estaban en condiciones de ser analizados.
Diferentes investigaciones concluyeron que la muerte de Hitler había sido de esa manera. Los soviéticos consiguieron a un odontólogo que atendió a Hitler y a Eva Braun. Pudo establecer que los restos eran efectivamente, de ellos dos.
El líder soviético ordenó guardar un estricto silencio sobre la autenticidad de los cuerpos. Le convenía que la versión de un escape o huida de Hitler siguiera alimentándose. Así podría imponer condiciones más duras a los nazis al rendirse.
Cincuenta años más tarde, con la caída de la Unión Soviética se realizaron nuevos estudios sobre esos restos que cabían en una caja de cigarros. Se confirmó lo que se supo desde un primer momento.
Pero el relato, o la “posverdad”, como se dice actualmente, sobre la supervivencia de Hitler se mantuvo hasta nuestros días
Evans enumera otros cuatro elementos dados por verdaderos. Aún sin pruebas, o peor todavía, aunque se sabía que eran falsos.
Alude a al primer congreso sionista que se realizó en Basilea, Suiza en 1897. Allí se establecieron una suerte de principios o decálogos con intenciones para el pueblo judío que buscaba establecerse en Palestina, por entonces en poder del imperio Otomano.
Pero eso, en los primeros años del siglo XX se transformó en otra historia, que se impuso como verdad aunque no fuera cierta: era un manifiesto de los judíos para poder lograr el control de todo el mundo.
Así fue como se utilizó intencionadamente para apuntalar el antisemitismo que con el nazismo llegaría a su punto más trágico con la “solución final” en los campos de exterminio. A Josef Goebbels, el ministro de propaganda nazi, no le importaba si era verdad o no porque exponía lo que ellos consideraban que era una verdad profunda. Los "Protocolos"... confirmaban lo que los antisemitas ya creían.
Es la segunda teoría conspirativa que examina Evans. Es la que da cuenta de que en realidad, el ejército alemán no perdió en la I Guerra Mundial. En 1918, la clase política de que luego alumbraría la República de Weimar, entregó al ejército. Sin embargo, el comandante del ejército alemán, Erich Ludendorff había comunicado a las autoridades políticas que la guerra estaba perdida. Alemania había "estirado" demasiado sus campos de batalla y ya no tenía como reabastecerse.
Pero este dato fue silenciado con el tiempo. El Partido Nacional Socialista fue ganando espacio hasta convertirse en aspirante al poder frente al comunismo alemán. Adolf Hitler utilizó el mito de la derrota humillante – impuesto por las condiciones de la paz de Versalles – para despertar un nacionalismo apagado. Como siempre, la razón oculta está en otro lado: los comunistas y los judíos se complotaban para mantener el poder aunque Alemania se humillara frente a las demás Naciones. Hitler utilizó esa teoría de la conspiración, en este caso una traición del poder gobernante, para basar su plan de conquista.
Ya con Hitler en el poder, en un gobierno todavía de coalición, se produjo un hecho inesperado. En febrero de 1933 se incendió la sede del gobierno alemán.
Rápidamente se supo que un neerlandés, llamado Marinus Van der Lubbe, rompió una ventana y se introdujo en el edificio con bombas incendiarias.
Pero ese hecho se ocultó deliberadamente.
Hitler se aseguró que los demás edificios públicos estuvieran indemnes. Cuando recorrió los restos tras el incendio, acompañado por Goebbels y a Göring dijo: -“quiera Dios que esto haya sido obra de los comunistas. Son testigos del inicio de una nueva era”.
Van der Lubbe fue condenado y ejecutado. Pero la teoría conspirativa volvió a actuar. No podía haber actuado solo. Fue parte de un plan. Así nacieron las primeras restricciones a la libertad de los ciudadanos. En especial, las persecuciones a los comunistas y a los judíos. El tercer Reich nacía con una falsedad conocida por las autoridades. Hitler, el primero.
El 10 de mayo de 1941, un avión caza de los nazis, un Messerschmitt DF110F sobrevoló el Gran Bretaña y se estrelló en suelo escocés. Minutos antes, su piloto saltó en paracaídas. Llevado ante la policía de Glasgow pidió ver al duque de Hamilton, comandante del aeródromo militar. Cuando estuvo frente a él se identificó. Rudolf Hess, segundo en la jerarquía del partido Nazi, lugarteniente de Hitler.
Dijo que traía una carta para Winston Churchill. A partir de allí, surge de nuevo el relato, el mito o la conspiración. Evans plantea que se especuló con una supuesta propuesta de Hitler al primer ministro británico para lograr una paz entre ambas naciones. Los Nazis continuarían la guerra contra sus enemigos, pero dejarían al margen a Gran Bretaña.
La realidad para el escritor de este libro era totalmente diferente. Hess había caído en desgracia ante el Führer, ya no confiaba en él y lo ignoraba para consultarlo y mucho menos para tomar decisiones. Temiendo por su vida, decidió huir a Gran Bretaña. Jamás llevó mensaje alguno.
Evans asegura que cuando se supo que Hess estaba en Gran Bretaña, Hitler estalló de furia. Su presencia sería tomada como prueba de una negociación con Churchill.
Otra teoría “paranoica” plantea justo lo contrario. Churchill engañó a Hitler sobre una supuesta predisposición a un acuerdo. Para distraer al Führer cuando faltaba poco menos de un mes para la “operación Barbarroja”, la campaña Nazi contra la Unión Soviética.
Pero la verdad es otra. Hess quedó detenido en Gran Bretaña. Allí cayó en una gran depresión y hasta intentó suicidarse con la caída del Tercer Reich. Prisionero de guerra, fue llevado luego para ser juzgado en el Tribunal de Nüremberg.
En ese juicio a los jerarcas nazis, Hess manifestó padecer una amnesia severa. Jamás admitió ni reconoció ningún hecho en su contra. Hess fue culpable por crímenes contra la paz pero no por crímenes de guerra o de lesa humanidad. Fue sentenciado a cadena perpetua a cumplir en la prisión de Spandau. Murió el 17 de agosto de 1987 a la edad de 93 años. Se suicidó con el cable de una lámpara.
También aquí surgieron las teorías de la conspiración. Hess había escapado muchos años antes y fue reemplazado por un “doble”. Una prueba de ADN certificó que era Hess realmente. De nuevo, las teorías que quieren ser tomadas por válidas no requieren demostración.
Richard Evans plantea como conclusión que “Las teorías conspirativas debilitan nuestra creencia en los hechos”.
Es preferible el relato a la verdad. En internet, por ejemplo, “todas las opiniones valen lo mismo y se crean comunidades con verdades alternativas". Ahora las teorías de la conspiración se propagan con extrema rapidez y de una punta a otra del mundo.
Por eso hace una recomendación especial al lector: "Es un libro de historia dirigido a la era de la «posverdad» y los hechos alternativos». Un libro para los agitados tiempos de nuestro presente.