El proceso biológico comienza con la acumulación de beta amiloide, proteínas que forman placas y dificultan el funcionamiento normal de las neuronas. A esto se suma la formación de ovillos neurofibrilares, depósitos anormales de la proteína Tau que bloquean el sistema de transporte neuronal y afectan la comunicación entre células nerviosas. Con el tiempo, este daño provoca la muerte de neuronas y la reducción del volumen cerebral.
Sin embargo, no todas las personas con estas alteraciones desarrollan síntomas. Tal como explican desde INECO, existen casos en los que se hallaron placas y ovillos en estudios post mortem sin que los individuos hubieran manifestado deterioro. Este fenómeno dio origen al concepto de reserva cognitiva, la capacidad del cerebro para compensar daños gracias a factores como mayor educación, actividad mental sostenida, interacción social y estilos de vida activos.
El nuevo estudio: cuántos pasos hacen la diferencia
La investigación, realizada por especialistas del Harvard Aging Brain Study (HABS) y publicada en Nature Medicine, analizó durante hasta 14 años a casi 300 adultos mayores sin deterioro cognitivo. El objetivo fue determinar si la actividad física influye en la acumulación de Tau y, por ende, en la velocidad del deterioro cognitivo y funcional.
El equipo combinó mediciones mediante PET para cuantificar proteínas amiloides y Tau, evaluaciones cognitivas periódicas y el seguimiento del número de pasos diarios. Los participantes se dividieron en cuatro categorías:
- Inactivos: menos de 3.000 pasos por día
- Actividad baja: entre 3.000 y 5.000
- Actividad moderada: entre 5.000 y 7.500
- Activos: más de 7.500
Los niveles moderados de movimiento marcaron diferencias importantes:
El deterioro cognitivo fue 40 %, 54 % y 51 % menor a medida que crecían los niveles de actividad.
El deterioro funcional se redujo 34 %, 45 % y 51 % en comparación con quienes permanecían inactivos.
El beneficio se estabilizó alrededor de los 7.500 pasos, lo que sugiere que no es necesario llegar al clásico objetivo de 10.000 pasos para obtener resultados significativos.
“Nuestros resultados indican que incluso un aumento modesto en la actividad física se asocia con una menor acumulación de Tau y un deterioro cognitivo más lento en personas sedentarias con una trayectoria preclínica de Alzheimer”, concluye el artículo.
Por qué moverse protege al cerebro
Aunque los mecanismos exactos aún requieren más investigación, los autores señalan varias hipótesis:
La actividad física mejora la salud vascular, clave para la oxigenación y nutrición del cerebro.
Un mejor estado cardiorrespiratorio puede reducir el impacto negativo de la beta amiloide sobre la memoria.
En adultos con deterioro cognitivo leve, mayores niveles de movimiento se vincularon con un mayor flujo sanguíneo cerebral, uno de los primeros aspectos afectados en la EA.
Además, diversos trabajos muestran que el ejercicio disminuye la inflamación, un factor que agrava la cascada neurodegenerativa.
Un dato importante del estudio es que los mayores beneficios incrementales se observaron en las personas más sedentarias. Esto refuerza la idea de que pequeños cambios en quienes hoy no se mueven pueden generar efectos relevantes en la salud cerebral.