En tiempos de hipercinismo y escasa compasión parece una tarea difícil pero García (de 67 años vividos como todos ya sabemos) y su repertorio lo hacen posible.
Pasados los tres o cuatro primeros temas del show que empezó exactamente a las 21 horas hay una idea más o menos concreta de lo que venimos a ver. Pueden variar los grados de fanatismo, pero la realidad es que los seis mil espectadores del Luna Park tenemos en claro que en los recitales de Charly hay un pacto implícito entre el público y el artista.
La idea es más o menos así: hay que hacer algunas concesiones pero la recompensa viene en forma de canciones maravillosas.
Por ejemplo: un asistente le cuelga la guitarra con un cuidado extremo a Charly (que pasa todo el show sentado en un sillón, práctica habitual desde su operación en la cadera, en 2015). Es una escena que quizás no desearíamos ver, pareciera que ese cuerpo es demasiado frágil, que es mucho el esfuerzo que hace para presentarse en público.
Y sin embargo, ese mismo señor y esa misma guitarra arrancan con los acordes de "Cerca de la Revolución" y pone las cosas en su lugar. Hay un García que se las arregla bastante bien para tocar durante 90 minutos y, según dijo su manager José Palazzo, cada tanto llama para que le arreglen un concierto (viene de tocar ante 12 mil personas en Santiago de Chile).
Nadie vino esta noche al Luna Park para interpretar el concepto de “La Torre de Tesla” ni para medir la calidad técnica de la interpretación. El de esta noche es un show que apela directamente a lo emotivo: cada canción es una novia, un amigo, un momento, un tiempo de soledad. “Cuando estés mal, cuando estés sola. Cuando ya estés cansada de llorar. No te olvides de mi, porque sé que te puedo estimular”, canta Charly con la ayuda de Rosario Ortega.
El show fluye, sobre el fondo del escenario la banda estable de García (tres músicos chilenos que se ocupan de bajo, batería y guitarra) parece diseñada para tocar y acompañarlo hasta el infinito.
Hace algunos jueguitos con el piano que le responde el Zorrito Von Quintiero, desde el otro extremo del escenario. Reparte elogios para sus invitados Nito Mestre (que reaparece para “El Día que apagaron la luz”) y Pedro Aznar ("No llores por mí Argentina") y habla únicamente con Rosario Ortega, que se le acerca a cada rato.
En esos intercambios, a partir de los 45 minutos del show, uno adivina un Charly que se quiere ir y a la hija de Palito reordenando la lista de temas. Son pocos segundos, pero suficientes como para enfriar al estadio, como cuando interviene el VAR en un partido de fútbol. Otra parte del pacto es entender que esto puede terminarse en cualquier momento.
No habría manera de conformar a todos con la lista de canciones en un show de 90 minutos, más cuando suenan varios de su último disco.
Aún así, cantamos "Demoliendo Hoteles", "Pecado Mortal", "Rezo por vos", "Parte de la Religión", "Canción de dos por tres", "Total Interferencia".
Al final, ya con las luces prendidas y quizás con García volviendo a su casa, la gente canta a capela “Inconsciente colectivo” y “Seminare”. Piden una más, pero no les dan. Igual no hay reproches ni reclamos: cada uno cumplió con la parte que le tocaba cumplir.