¿Qué es la fiebre y por qué ocurre?
La fiebre es el resultado de un aumento de la temperatura corporal por encima del nivel considerado normal. Para los adultos, una temperatura superior a 37,2 °C en la axila es indicativa de fiebre. Se trata de una respuesta que generalmente se produce para ayudar al cuerpo a defenderse de infecciones o enfermedades. En este contexto, la fiebre aumenta la actividad metabólica, acelerando el sistema inmunológico para que combata a los patógenos, como bacterias y virus, que no sobreviven bien en ambientes cálidos.
Sin embargo, a pesar de su función protectora, se ha debatido durante mucho tiempo si una fiebre alta o prolongada puede ser perjudicial. Para responder a esta pregunta, un equipo dirigido por Jeff Rathmell, profesor en el Centro Médico de la Universidad de Vanderbilt, se propuso investigar más a fondo los efectos de la fiebre en el cuerpo. Los resultados de esta investigación, publicados en la revista Science Immunology, arrojan nueva luz sobre los riesgos y beneficios de la fiebre.
La fiebre y el sistema inmune: ¿cómo interactúan?
Para entender mejor el impacto de la fiebre en el sistema inmunológico, el equipo de Rathmell realizó experimentos con ratones, enfocándose en cómo las altas temperaturas afectaban el comportamiento de las células T, uno de los actores clave en la defensa inmunológica. Las células T son un tipo de glóbulo blanco que juega un papel central en la lucha contra infecciones.
El estudio reveló que las temperaturas elevadas aceleraban el metabolismo de las células T y su capacidad para multiplicarse. Esto resulta útil en infecciones agudas, ya que permite una respuesta más rápida contra los patógenos. Sin embargo, también se observó que el calor inducido por la fiebre causaba estrés mitocondrial en algunas de estas células, lo que llevaba a daños en el ADN y, en ciertos casos, a la muerte celular.
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Inflamación crónica y fiebre: nuevos hallazgos sobre sus riesgos
En particular, un subconjunto de células T llamado “células Th1” fue especialmente afectado por la fiebre. Estas células, que desempeñan un rol crucial en la defensa contra infecciones virales, mostraron un mayor nivel de daño mitocondrial y ADN en presencia de fiebre prolongada. Algunas de estas células Th1 murieron, mientras que otras lograron adaptarse, reparando sus mitocondrias y volviéndose más resistentes al estrés.
Jeff Rathmell explicó: “Se produce una oleada de estrés, y algunas de las células mueren. Pero las que sobreviven se vuelven más resistentes, proliferan más y son capaces de producir más citocinas, que son moléculas clave en la señalización del sistema inmune”.
Fiebre e inflamación crónica: un vínculo con el cáncer
Aunque estos descubrimientos son prometedores para comprender mejor la respuesta inmune frente a infecciones, el estudio también plantea preocupaciones sobre los efectos a largo plazo de la fiebre y la inflamación crónica. La fiebre crónica, o una inflamación persistente que mantenga las temperaturas tisulares elevadas, podría estar relacionada con el desarrollo de enfermedades como el cáncer.
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Jeffrey Rathmell y Darren Heintzman han definido los eventos moleculares de la respuesta de las células T a las temperaturas febriles. Foto: Centro Médico de la Universidad de Vanderbilt
Según el biólogo Darren Heintzman, autor principal del estudio, los daños en el ADN y el estrés mitocondrial causados por la fiebre no siempre son reparados de manera efectiva, lo que puede llevar a mutaciones y contribuir a la aparición de tumores. De hecho, hasta un 25% de los cánceres se han relacionado con la inflamación crónica. El estudio sugiere que las temperaturas elevadas prolongadas en los tejidos podrían fomentar el desarrollo de células tumorigénicas.
“Creemos que esta respuesta al calor es fundamental para que las células perciban el estrés y se adapten a él”, afirmó Rathmell. “Sin embargo, si estas células no logran reparar adecuadamente los daños, pueden volverse peligrosas”.
Un estudio con implicaciones más amplias
El estudio, que aún se encuentra en una etapa preclínica, ofrece nuevas vías para investigar cómo el cuerpo humano responde a las temperaturas elevadas en diversas situaciones patológicas. Los investigadores señalaron que los cambios de temperatura en los tejidos son comunes en muchas condiciones, desde infecciones hasta lesiones, y que entender mejor este fenómeno podría ayudar a desarrollar nuevos tratamientos para enfermedades inflamatorias o incluso el cáncer.
Uno de los aspectos más sorprendentes de la investigación fue cómo el equipo logró adaptar el entorno experimental para estudiar los efectos de la fiebre sin causar un estrés innecesario a los ratones. Tradicionalmente, modificar la temperatura de los modelos animales ha sido un desafío para los científicos, ya que cualquier cambio brusco en el entorno podría alterar los resultados. Sin embargo, en este caso, el equipo utilizó un enfoque innovador que permitió observar los efectos del calor sin interferencias externas.
Darren Heintzman, cuyo interés en este tema surgió por una experiencia personal —su padre sufrió una fiebre crónica como consecuencia de una enfermedad autoinmune—, cultivó células T a 39 grados, una temperatura típica de la fiebre. Esto le permitió observar cómo el calor aceleraba el metabolismo de las células T y fomentaba la actividad inflamatoria, pero también revelaba el daño en el ADN en algunas de estas células.
El dilema de la fiebre: ¿es buena o mala?
Los hallazgos de este estudio subrayan la naturaleza dual de la fiebre. Mientras que puede ser beneficiosa en términos de acelerar la respuesta del sistema inmunológico frente a infecciones, también tiene el potencial de causar daños si se prolonga o se vuelve crónica. La fiebre moderada sigue siendo una herramienta crucial del cuerpo para combatir enfermedades, pero este estudio plantea nuevas preguntas sobre cuándo y cómo deberíamos intervenir para controlarla.
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Imagen Ilustrativa (Freepik)
Rathmell señaló que, si bien estos descubrimientos no sugieren que se deban evitar los medicamentos antifebriles, sí ponen de relieve la importancia de moderar la fiebre. En el caso de inflamaciones prolongadas o fiebres crónicas, como las que se ven en enfermedades autoinmunes o en ciertos tipos de infecciones, la fiebre puede ser un factor contribuyente al desarrollo de enfermedades más graves.
“Todo el mundo experimenta fiebre en algún momento de su vida, y todos sentimos esos cambios de temperatura en el cuerpo cuando nos lesionamos o nos enfermamos”, comentó Heintzman en una entrevista. “Ahora sabemos que esos procesos térmicos tienen un papel importante tanto para ayudarnos como para perjudicarnos. El equilibrio es clave”.
Apoyos y futuras investigaciones
Este trabajo pionero fue financiado por los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos, la Alianza de Investigación del Lupus, el Fondo Waddell Walker Hancock y la Fundación Nacional de la Ciencia. Aunque se necesita más investigación para confirmar estos hallazgos en seres humanos, este estudio ofrece una nueva perspectiva sobre la fiebre y sus efectos a largo plazo en la salud.