HORROR FAMILIAR

Se cansó de ser la "hija perfecta" y tomó la peor y más macabra decisión con sus padres

La escena que la policía encontró al llegar fue devastadora.

Se cansó de ser la hija perfecta y tomó la peor y más macabra decisión con sus padres

La noche del 8 de noviembre de 2010, una llamada al 911 sacudió la calma de Markham, un suburbio al norte de Toronto, Canadá. Del otro lado de la línea, Jennifer Pan, de 24 años, reportaba un violento robo en su casa. Entre sollozos, gritaba desesperada, asegurando que unos intrusos habían irrumpido, atacado a sus padres y que ella había logrado sobrevivir.

La escena que la policía encontró al llegar fue devastadora: Bich Ha Pan, la madre, yacía sin vida en el piso. Su padre, Huei Hann Pan, había recibido un disparo en la cabeza y se encontraba inconsciente. Sin embargo, algo llamaba la atención: Jennifer estaba ilesa.

Su historia era simple: había sido atada a la baranda de la escalera mientras los atacantes recorrían la casa y disparaban. Pero pronto, los detalles no encajaron.

Un crimen sin sentido aparente

El vecindario nunca había presenciado un hecho similar. No había signos de robo violento, ni puertas forzadas. Los atacantes entraron por la puerta principal, se llevaron apenas algo de efectivo y se marcharon, dejando a Jennifer intacta.

¿Por qué matar a dos adultos sin llevarse nada de valor? ¿Y cómo era posible que la única testigo del hecho no tuviera un solo rasguño?

Las contradicciones en el relato de Jennifer se acumularon rápidamente. La policía comenzó a sospechar que el crimen no era producto del azar, sino de una planificación premeditada.

Una vida basada en la apariencia

Jennifer era la hija mayor de dos inmigrantes vietnamitas que habían escapado del régimen comunista para forjar una vida mejor en Canadá. Como muchos padres inmigrantes, Bich y Hann tenían altas expectativas sobre el futuro de sus hijos. Querían lo mejor: éxito, disciplina, prestigio académico.

Desde pequeña, Jennifer fue inscripta en clases de piano, patinaje artístico e idiomas. Su vida estaba programada al milímetro. En un momento, sus padres soñaron con verla en las Olimpiadas, pero una lesión frustró ese plan. Entonces, las esperanzas se centraron en la excelencia académica.

Pero Jennifer no pudo sostener esa presión. Al ver que sus notas no alcanzaban lo esperado, comenzó una cadena de mentiras cuidadosamente construidas: falsificó boletines escolares, diplomas y hasta simuló haberse graduado del secundario. Más adelante, inventó estar estudiando en la universidad, mientras en realidad pasaba los días en cafeterías, dando clases particulares o simplemente deambulando.

Amor prohibido y control extremo

Mientras tejía su red de mentiras, Jennifer mantenía una relación secreta con Daniel Wong, un joven con antecedentes por tráfico de drogas, al que conoció en la secundaria. Cuando sus padres se enteraron, le prohibieron verlo, instalaron un GPS en su coche y la sometieron a un control aún más férreo. Jennifer no buscó liberarse: comenzó a planear su venganza.

En su mente, la única salida era deshacerse de sus padres. Fue entonces cuando el caso dio un giro siniestro.

El plan para matar: “Tienen acceso VIP”

En 2009, Jennifer intentó contratar un sicario a través de un conocido llamado Andrew Montemayor. El plan no prosperó. Pero un año después, tras volver con Daniel Wong —que había comenzado otra relación—, la pareja se reencontró con un objetivo claro: obtener la herencia y comenzar una nueva vida.

Medio millón de dólares era la cifra estimada. Para concretar el crimen, Daniel contactó a Lenford Crawford, alias Homeboy, quien pidió 10 mil dólares por el trabajo. Lo acompañaron David Mylvaganam y Eric Carty.

Jennifer fue quien preparó el terreno. Dejó la puerta abierta de su casa y envió un mensaje que decía: “Tienen acceso VIP”.

Esa noche, los tres hombres ingresaron. Ataron a sus padres, les exigieron dinero y luego les dispararon a sangre fría. Jennifer, que fingía estar atada, llamó al 911 con voz desesperada. Pero el plan tuvo una falla crucial: su padre sobrevivió.

El testimonio que lo cambió todo

Con Hann Pan en coma, la investigación avanzó lentamente. Las cámaras de seguridad, los mensajes de texto y los registros telefónicos ya sembraban sospechas. Jennifer aseguró no conocer a los atacantes, ni tener contacto con Daniel Wong. Pero las pruebas contradecían cada palabra.

Una semana después, Hann despertó. Lo que dijo cambió el rumbo de la causa.

Aseguró haber visto a su hija hablando con los atacantes con naturalidad. No la ataron. No lloró. No gritó. Parecía, incluso, parte del plan.

Ante la presión policial, Jennifer ofreció una nueva versión: dijo que en realidad había querido contratar sicarios para acabar con su propia vida, y no con la de sus padres. Que algo había salido mal. Que todo fue un accidente. Nadie le creyó.

El juicio y la condena

El proceso judicial comenzó en 2013 y se extendió por casi un año. Jennifer Pan, Daniel Wong, Lenford Crawford, David Mylvaganam y Eric Carty fueron acusados de asesinato premeditado y tentativa de homicidio.

Durante el juicio, la fiscalía presentó decenas de pruebas: mensajes, grabaciones, testigos y sobre todo, el relato del padre de Jennifer, que fue contundente y devastador.

El 13 de diciembre de 2014, los cinco acusados fueron condenados a cadena perpetua, sin posibilidad de libertad condicional por 25 años.

Una familia destruida para siempre

Durante la audiencia final, Hann Pan expresó con dolor:

“Cuando perdí a mi esposa, al mismo tiempo perdí a mi hija. El día que murió Bich, siento que yo también morí”.

Hoy, Hann vive con secuelas físicas irreversibles producto del disparo, y el hermano menor de Jennifer, Felix, sufre de depresión crónica.

A través de una orden judicial, Hann logró que Jennifer no pueda acercarse nunca más a él ni a ningún otro familiar. El contacto es nulo. Jennifer cumple su condena en el penal Grand Valley Institution for Women, en Kitchener, Ontario. Actualmente tiene 39 años y deberá esperar hasta 2035 para solicitar su libertad condicional.