En otra parte de la carta, Phelps admite que cuenta su momento porque en la víspera de Río 2016 lo ayudó. "En ese momento compartí mis problemas de salud mental públicamente por primera vez. No fue fácil, pero me quitó un gran peso de encima. Ahora me abro de nuevo. Quiero que la gente como yo sepa que no está sola. Muchos de nosotros estamos luchando contra nuestros demonios mentales ahora más que nunca".
La depresión es algo que el Tiburón de Baltimore define con crudeza: "Esto nunca desaparece. Tenés días buenos y malos. Pero no se termina. Alguien que no entiende con qué lidian las personas con ansiedad o depresión o trastorno de estrés postraumático no tiene idea de lo que es. La realidad es que nunca me curaré ".
A la hora de hablar de cómo atraviesa la pandemia que paralizó al mundo, Phelps aseguró: "La pandemia ha sido un desafío que nunca esperé. Toda la incertidumbre. Estar encerrado en una casa. Y muchas preguntas. ¿Cuándo se va a terminar? ¿Cómo será la vida cuando esto termine? ¿Estoy haciendo todo lo posible para estar seguro? ¿Está segura mi familia? Me vuelve loco. Estoy acostumbrado a viajar, competir, conocer gente. Esto es una locura. Mis emociones están por todos lados. Siempre estoy al límite. Siempre estoy a la defensiva. Me hace explotar fácilmente".
Tan dura es la confesión, que el más laureado en la historia de los Juegos Olímpicos admitió que a veces quisiera ser otra persona: "Hay momentos en los que me siento un inútil absoluto, donde me apago por completo pero tengo esta ira burbujeante que está por las nubes. Más de una vez grité en voz alta: ' ¡Ojalá no fuera yo! '. Es una sensación abrumadora. Es como esa escena de "The Last Dance" donde Michael Jordan está en el sofá, fumando un cigarro y dice "Listo. Descanso", porque no aguanta más.
¿Cómo se lucha contra eso? "Tengo que ir al gimnasio todos los días durante al menos 90 minutos. Es lo primero que hago. Me despierto entre las 5:15 y las 7, sin alarma. Si son las 7, les doy el desayuno a los niños, si me levanto antes, me escapo al gimnasio. Y mirá, hay días que no quiero entrenar. Pero me obligo a hacerlo. Sé que es tanto por mi salud mental como por mi salud física".
Y agregó: "Si pierdo un día de gimnasio, es un desastre. Me meto en un patrón negativo de pensamiento en mi cabeza. Y cuando eso pasa, soy el único que puede detenerlo. Y generalmente no se detiene muy rápido. Lo llevo a la rastra, como para castigarme. Es como cuando cometo un error o si molesto a alguien, creo que siempre es mi culpa y me vengo abajo. Cuando eso sucede día tras día, podés meterte en una situación aterradora muy rápido. Y así ha sido la cuarentena la mayor parte del tiempo".