La mayoría de los niños con esta enfermedad dejan de caminar entre los 12 y 14 años, y en la adolescencia necesitan de asistencia para realizar actividades que involucren el uso de los brazos, las piernas o el tronco.
Por más que todavía no existe una cura para esta enfermedad, sí se encuentran disponibles cuidados que ayudan a controlar los síntomas y a mejorar la calidad de vida de las personas que la padecen.
De hecho, si la enfermedad es diagnosticada durante los primeros años de vida, con la ayuda de un tratamiento multidisciplinario que implica cuidar la alimentación, sesiones de rehabilitación física y valoraciones periódicas de las funciones musculares, respiratorias y cardíacas, se puede frenar el deterioro de los músculos, y mejorar la calidad de vida de aquellos que la padecen.