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Diario de la Procrastinación: Un tiempo en las islas

Diego Geddes
por Diego Geddes |
Diario de la Procrastinación: Un tiempo en las islas

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Lunes

Ya llevo dos días en las Islas Malvinas. El viaje iba a hacerse en febrero pero se suspendió. Desde entonces, pasaron cosas, algunas tan significativas como la muerte de mamá.

El viaje se reprogramó para diciembre y aquí estoy, caminando esta tierra tan lejana, tan hablada, tan extraña.

Los días previos al viaje estaba como anestesiado, no diría que sin ganas de venir, pero tenía un poco anulado el entusiasmo. Como si el resto del mundo tuviera más ganas de viajar que yo.

Ahora que ya estoy acá trato de escuchar todo lo que puedo, saco fotos de los carteles. Hablo poco, el inglés me inhibe, no me animo a conversar. Pero escucho, aprendo y trato de entender.

Entre las excursiones de hoy estuvo la visita al cementerio de Darwin. El lugar es más chico de lo que creía. Caminar por las islas es desbloquear todo el tiempo nuevos niveles de soledad. Hay un ruidito que nunca olvidaré: el de los rosarios golpeando en las cruces de las tumbas. Golpecitos como de cristales. El ruido de la muerte o del recuerdo.

Martes

Por la mañana sobrevolamos las islas. Cada vez que subo a un helicóptero tengo algunos segundos de pánico. Parece una película mala. Voy a tener un ataque de pánico, ahí viene el ataque de pánico, estos son los diez segundos que definen si lo que viene es un ataque de pánico. Hasta que te bajás del helicóptero y festejás no haber tenido un ataque de pánico. ¿La pasaste bien? Qué se yo. Pero al menos no tuve un ataque de pánico.

¿Podría uno vivir en estas islas? Todo el tiempo bromeamos con la situación. No parece demasiado difícil adaptarse, todo luce nuevo, accesible, agradable. Traigan un trabajo que argentinos sobran. Acá estamos. Si quieren venir, que vengan.

Escribo sobre las islas pero me resulta imposible. Todo el tiempo hay que explicar. Escribir sobre Malvinas es editar las subordinadas.

Por las dudas compramos una botella de whisky en el supermercado. Creo que es una buena decisión.

En la tele veo un video de Estelares. Manuel Moretti parece fatigado haciendo de estrella de rock, en el hipódromo de La Plata.

Miércoles

Estamos en una islas al sur de las Malvinas. Sea Lion Island, desbloqueamos todo el tiempo niveles de “nunca estuve tan al sur, tan alejando, tan en el culo del mundo”. Nunca le hablo al lector, pero hagan la prueba, salgan de esta cosa llamada Diario de la Procrastinación y googleen Sea Lion Island. No lo hagan después, yo los espero acá.

Sea Lion Island, el culo del mundo. Pero uno siempre aprende la lección. Cuando llegamos al lodge nos subimos a una camioneta para ir a un acantilado. Vamos a ver a los pingüinos en lo que vendría a ser el culo del mundo del culo del mundo. Los pingüinos parecen simpáticos. Nos mojamos, el viento nos golpea en la cara. El viento siempre es frío, por más que sea del sur, del este o del oeste.

En el lodge, la cocinera es una chilena que se llama Cecilia y me hace acordar mucho a Violeta, la mujer que trabajó en mi casa durante cuarenta años. Probablemente esto solo pueda entenderlo aquel que me conoce. Cecilia habla y el corazón me estalla, es como una reencarnación de Violeta. Cierro los ojos y escucho su voz. No hay distancia para algunas cosas.

Estoy aburrido, no hay mucho por hacer. En la biblioteca encuentro un libro extraño, dice “Where is it?” en la portada y es ni más ni menos que un atlas alfabético un tanto arbitrario con 1500 entradas. Es de 1965. En el prólogo explica que la situación de algunos países ha cambiado en el último tiempo y que la definición podría no ser la correcta.

El primer lugar que aparece es Aachen, una ciudad alemana. El tercero en la lista es Aberdeen, cerca de donde nacieron mis antepasados, en Escocia. por supuesto que está Argentina, también Buenos Aires y las Falkland Islands. Todos ellos con una definición de cinco o seis líneas. Busco Bariloche pero no está. Me sorprende, en cambio, que en esa página sí esté Bahía Blanca.

A la noche comemos un risotto fabuloso.

Jueves

Estoy completamente deprimido. Ya no quiero hablar en inglés, ya no soporto el viento y el frío. Tenemos entrevistas pero yo pienso en otras cosas.

Estoy harto de anotar cosas en cuadernos. Outdoor boys. Pan con manteca. A hat, a joke and a gift. Tenés un segundo hijo por la nostalgia del primero.

Comemos en el mejor restaurante de la isla, pido risotto pero no le llega ni a los talones al risotto de Cecilia. La vida funciona así: hay un montón de gente haciendo bien las cosas, pero probablemente nunca te enteres. Los que se destacan son otros, héroes del autobombo o del marketing. Bien por ellos, también.

Tomamos un vino blanco de Nueva Zelanda muy rico.

Quizás por eso empiezo a revertir la sensación de angustia.

Esto sí me entusiasma. Habla Kevin, un ser intrascendente hasta que descubro su apellido. Le digo que conozco unos Mac Carthy, que son parientes míos (no hace falta ser preciso con el parentesco cuando hablás otro idioma). El no se emociona en lo más mínimo. Me dice que son irlandeses, que vinieron al sur porque su padre quería trabajar, le gustaban las carreras de caballos. Horse racing, dice. Y a mi me hierve la sangre, me aferro a todo eso, al apellido familiar, al horse racing que me hace acordar a mi viejo.

Mis parientes vinieron al sur para ganar carreras de caballos, dice Kevin. Y yo lo miro, su remera espantosamente vulgar para su cargo, sus anteojos culo de botella, quién carajo sos, Kevin querido, y sin embargo gracias Kevin por estas palabras, las carreras de caballo, parece que en esta isla del culo del mundo hay carreras de caballo, serví otro vino Kevin de mi vida, yo también estuve en esa, mi viejo tenía caballos de carrera, nosotros íbamos a los pueblos a ganar carreras, a Macachín, a Tornquist o a Santa Rosa.

No sé cómo mi viejo conseguía el permiso para llevarme a esos lugares. Yo andaba suelto entre los burreros, aprendía algunas lecciones, hoy creo que sería imprudente pero el tiempo pasó y aquí estamos.

Quizás mi vieja lo sabía, que yo andaba solo por ahí, quizás no le importaba. Esto no es una rendición de cuentas, solo me hago preguntas.

Lo cierto es que no hay distancia, Kevin, me la pasé buscando mi apellido Geddes en los infinitos memoriales que hay acá en Malvinas y nada, los Geddes no peleamos en las islas, pero al final, entre tu sangre, la mía, las de los que quedaron acá, la de Juan Zarrazábal, el jockey que corría a la Sarlanga, no hay demasiada distancia. Todos buscamos un destino. Qué será de tu vida, Juan Zarrazábal.

El Diario de la Procrastinación fue alguna vez el Atlas Universal de los Recuerdos, un diccionario de nombres de todas las personas que me crucé en la vida.

Juan Zarrazábal: lo veo en una foto, creo que en blanco y negro. Está vestido de jockey, los ojos achinados, el pelo morocho, la fusta en la mano derecha. Una voz en off que me relata: con el número tres, Sarlanga, con la monta de Juaaaan Zaaaarrraaaazáaaaaballllll.

Viernes

Es probable que el avión no salga mañana. Ya nos reprogramaron el vuelo, ya estamos resignados a una posible cancelación. A esta altura lo de quedarse a vivir acá es una broma de todos los días.

Traje dos libros (Hebe Uhart, Juan Forn) pero no los toqué. No usé los anteojos para ver. No tomé Ibupirac.

En los negocios, en los cafés, en el hotel suenan villancicos navideños todo el tiempo. Yo solo quiero no tener que pasar Navidad en este lugar.

Hay una canción de Estelares cuyo estribillo dice “Como islas, no seamos islas”. Habla de una pareja pero yo cada vez que la escucho pienso en el ex arquero de Independiente. Incluso el videoclip podría mostrar el gol de Rumania de tiro libre en el mundial 94.

Vamos a un extremo de la isla para ver otros pingüinos. Son dos horas de viaje, atravesamos un campo sin camino, a bordo de una 4x4. Cuando yo era chico me compraba El Gráfico todas las semanas. En una época venían unos poster del Camel Trophy, una competencia que se hacía con estas camionetas Land Rover en las que vamos ahora, a los saltos. Uno de esos debe pósters debe estar en la casa de mi vieja: es una foto que recuerdo perfectamente. Una camioneta con el agua hasta el capó, un chabón todo mojado señalando una ruta posible.

Todo eso pienso mientras seguimos andando. Pareciera que no vamos a llegar nunca. A lo lejos aparece el océano Atlántico, hacía allí es donde vamos pero por ahora nos queda un largo trecho.

Creo que los pingüinos están sobrevalorados.