El represor avanzó con el paso cansino sabiendo que en pocos metros cruzaría la línea imaginaria que otra vez lo devolvería a la Argentina. Llevaba más de 43 años escapando de la justicia por delitos de lesa humanidad.
El represor avanzó con el paso cansino sabiendo que en pocos metros cruzaría la línea imaginaria que otra vez lo devolvería a la Argentina. Llevaba más de 43 años escapando de la justicia por delitos de lesa humanidad.
La frontera estaba alborotada. Eran las dos de la tarde del jueves 14 de mayo cuando Gonzalo “Chispa” Sánchez, el hombre que secuestró al periodista Rodolfo Walsh en 1977, fue entregado a las autoridades argentinas.
Había recorrido los 489 metros del Puente Internacional Tancredo Neves custodiado por efectivos de la Policía Federal Brasileña. El paso fronterizo, que estaba cerrado por la pandemia, sólo se habilitó para el ingreso del genocida.
Antes de salir del territorio brasileño, Sánchez alcanzó a contemplar en silencio el río Iguazú y comenzó a rezar entre sollozos.
Balbuceaba súplicas cuando los policías brasileños que lo escoltaban le exigieron cautela en dos oportunidades. Frente al fastidio del represor, los uniformados lo sujetaron con mayor firmeza temiendo que el exprefecto intentara fugarse.
Arriba del puente el despliegue policial comenzaba a exhibirse. Chispa Sánchez llevaba sus manos esposadas cubiertas de guantes de látex celestes, un barbijo ajustados en sus orejas y una máscara de plástico que cubría su rostro en forma completa.
A metros del puesto fronterizo argentino, la caminata se desarrolló en un silencio sepulcral. Uno de los asesinos de Rodolfo Walsh estaba a segundos de regresar a la Argentina.
Por debajo de la cobertura facial sus lentes comenzaron a empañarse cuando logró divisar la bandera de su país de origen del que se había fugado a principios de los 2000 cuando el juez federal Sergio Torres dictó la primera orden de captura internacional.
Estoicos, detrás del vallado que las autoridades argentinas pusieron para cerrar la frontera, lo esperaban los efectivos de la Policía Federal y la Gendarmería para completar una extradición histórica.
A24.com accedió a documentos exclusivos que sirven para reconstruir la caída de uno de los hombres más buscados por la justicia Argentina. El exmiembro del Grupo de tareas 3.3.2 de la ESMA fue parte de la patota operativa que emboscó a Walsh el 25 de marzo de 1977 en el barrio de San Cristóbal, donde el autor de "Operación Masacre" e integrante de la organización peronista Montoneros cayó acribillado tras resistir con una pistola calibre 22.
El nombre del represor Gonzalo “Chispa” Sánchez sonó por primera vez durante el juicio a las juntas militares en 1985. Pero nadie reparó mucho en su historia hasta que los detalles de su accionar sanguinario volvieron a ventilarse con la reapertura de la causa por los crímenes de la ESMA.
Sánchez ya había sido detenido en 2013 en la ciudad de Angra dos Reis, también en el litoral sur de Río de Janeiro, pero cuando estaba todo listo para su extradición, logró que la justicia brasilera le otorgara en 2016 la prisión domiciliaria, de la que finalmente se escapó.
Ahora, su arresto había ocurrido en Paraty, una pequeña ciudad colonial del litoral sur de Rio de Janeiro donde Sánchez se había mimetizado con los lugareños y caminaba con total impunidad sobre las callecitas adoquinadas.
Todo ese procedimiento fue monitoreado en forma personal por el canciller Felipe Solá quien le informó en tiempo real cada movimiento al presidente Alberto Fernández.
Sánchez había sido trasladado el martes 12 de mayo desde el aeropuerto Internacional Tom Jobim, de Rio de Janeiro hacia a Foz de Iguazú, en el estado sureño de Paraná.
Una vez en manos de las autoridades argentinas, fue trasladado hasta la oficina de control de Sanidad de Fronteras a cargo de la doctora Carina Tourn. Ni bien el represor ingresó al recinto miró fijo a cada uno de los presentes y comenzó a saludar en portugués.
-Buenas tardes, bienvenido a la Argentina, replicó la médica de Migraciones sin vacilar. Le solicito que complete estas dos declaraciones juradas de sanidad, una terrestre y una aérea, agregó sin inmutarse.
-Eu não falo espanhol, respondió el represor frente al requerimiento, al tiempo que solicitó que sea ella quien complete los dos formularios oficiales.
La doctora Tourn se negó al pedido argumentando que el procedimiento se trataba de una declaración de puño y letra. “Es un trámite personal, señor Sánchez. Por otro lado le aclaro que no insista con este comportamiento ya que es imposible olvidarse de su lengua original”, completó la médica con fastidio.
Sin muchas alternativas, el represor extrajo del bolsillo de su pantalón azul marino un objeto fabricado manualmente con cartones que tenía pegado un cristal para ver de cerca.
Con esa lupa improvisada y sus lentes con un leve aumento comenzó a llenar las dos fichas mientras ya balbuceaba en castellano.
Más tarde, realizó el ingresó migratorio donde presentó un pasaporte provisorio expedido por el consulado argentino en Río de Janeiro. A las pocas horas, Chispa Sánchez fue trasladado al aeropuerto local y, previo a un procedimiento de desinfección, abordó una aeronave de la Policía Federal marca Twin Otter 400 matrícula LQ-JKE. La comisión policial estaba a cargo del subcomisario Mariano Giglio de la División Federal de Fugitivos y Extradiciones.
Recién a las nueve de la noche, el vuelo arribó al Aeropuerto Internacional de Ezeiza donde a Sánchez se le exhibió la “ficha de captura internacional vigente” por interpol número A-3671/4-2020. Finalmente, el detenido fue trasladado a la Superintendencia de Investigaciones Federales, en el barrio de Lugano para cumplir con una estricta cuarentena.
Sánchez conoce mejor que nadie los detalles del secuestro del célebre escritor y periodista Rodolfo Walsh que, tras caer en manos de los militares, fue conducido a la ESMA para luego engrosar la lista de los detenidos desparecidos. Entre sus pertenencias, el represor sólo llevaba un libro forrado en cuero marrón con una inscripción en letras doradas que decía "Santa Biblia".