HISTORIAS A24

¿La lectura es tan adictiva como una droga? El curioso diagnóstico de un académico (del siglo pasado)

Es un mensaje de otro siglo pero aun así no deja de sorprender: un prestigioso educador y académico estadounidense advertía a los jóvenes por una nueva epidemia: "La lectura es una especie de locura que se ha apoderado de la gente".

¿La lectura es tan adictiva como una droga? El curioso diagnóstico de un académico (del siglo pasado)

En el año 1901, Daniel Coit Gilman, expresidente de la Universidad Johns Hopkins, se paró frente a una generación de jóvenes graduadas del “woman’s college” y lanzó una advertencia con tono solemne: "La lectura es una especie de locura que se ha apoderado de la gente. Es un hábito peligroso, como un estimulante". La frase, que hoy suena entre disparatada e irracional, formaba parte de un diagnóstico serio sobre lo que él consideraba una epidemia silenciosa: el exceso de libros.

Gilman no estaba solo en su preocupación. A principios del siglo XX, el mundo estaba atravesado por una fiebre lectora sin precedentes. El auge de la imprenta, el abaratamiento del papel, la alfabetización en ascenso y el surgimiento de editoriales orientadas al consumo masivo habían dado lugar a un fenómeno inédito: la gente común —¡mujeres, incluso!— empezaba a leer por placer. La lectura ya no era el privilegio de unos pocos eruditos. Se había democratizado. Y eso, para algunos, era motivo de alarma.

El problema, según Gilman, no era solo la cantidad de libros, sino su cualidad adictiva. “Los editores lanzan constantemente nuevas atracciones al mercado, y los críticos excitan nuestros apetitos”, decía, con la misma lógica con hoy podría aplicarse a otros canales de difusión. Las plataformas de streaming o las redes sociales no son juzgadas con esa vara?. La metáfora del “estimulante” no es casual: leer, para este académico, era como consumir cafeína literaria en dosis descontroladas.

letura.png

Su consejo a las estudiantes fue claro y contundente: "no lean demasiado, aprendan a pensar, y usen sus manos para ampliar su misión a través del microscopio". La lectura, parece decir, debe ser medida y funcional; nunca un placer sin propósito, y en particular orientada a la ciencia. No estaba en los parámetros que la lectura fuera un mero entretenimiento: qué hacer con novelas que no llevan a ninguna tesis, reflexionaba entonces Gilman.

Lo curioso es que muchas de estas advertencias sobre los "excesos" de lectura estaban dirigidas a las mujeres. Las novelas románticas, los folletines, los diarios populares: todo era considerado “poco serio” y potencialmente desestabilizador. Las lectoras eran vistas como susceptibles a dejarse llevar por fantasías, a cuestionar roles tradicionales, a distraerse de sus verdaderas funciones en la sociedad.

Ha pasado el tiempo, más de un siglo de aquel diagnóstico equivocado. La lectura "como una droga cultural" es hoy fomentada como medicina contra la distracción digital. Donde antes se alertaba sobre una generación intoxicada de letras, hoy se multiplican las campañas que buscan devolver a los jóvenes el hábito de la lectura como si fuera una especie en peligro de extinción.

¿Qué nos dice esto sobre los miedos de cada época? Tal vez que cada generación tiene su propio demonio tecnológico, su propio objeto de placer culpable. Ayer eran los libros, el cine, la televisión; hoy, los algoritmos.

Sobre hábitos peligrosos y diagnósticos apresurados, quizás queda aferrarse a una de las frases del texto original: leer sin criterio puede ser "poco productivo" y que la información "sin filtro" puede ser peligrosa. Aquí sí pudo haber algo de acertado.

Se habló de