Un 2 de abril al amanecer a Marcelo le llegó la noticia. Un compañero entró a despertarlos para gritar que Argentina había tomado las Malvinas. “Mi primera reacción fue decirle que no jodiera y que nos dejará seguir durmiendo”, confesó Rosasco.
Sin embargo, después de una semana de idas y vueltas, en la madrugada del sábado patearon la puerta donde él y los soldados estaban durmiendo. A los gritos les pidieron que busquen su equipaje y armamento para viajar. “Con mis compañeros teníamos la idea de que en algún momento dijeran que fue una falsa alarma o un simulacro”, detalló Rosasco. Horas más tarde, a las 2 am del domingo, los jóvenes emprendieron el viaje a la Isla, y a las 10 de la mañana arribaron en Puerto Argentino.
“Aprovecha el viaje gratis para conocer Las Malvinas vos que podés, que si más adelante queremos ir nosotros nos va a salir un huevo”, continúo escribiendo Gerardo en la carta. Luego, la pasión por el fútbol tomó gran protagonismo: Gerardo, como pudo, le informó los partidos que, según él, no podía perderse de la opinión y las formaciones.
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Y por supuesto, la pregunta que entre dos jóvenes no podía faltar: “¿Se jugaron algún fulbito, che? Según me dijeron, hay una sola cancha y está inclinada para un arco”.
Marcelo fue uno de los soldados que pudo volver de Malvinas. Un 21 de junio llegó a Campo de Mayo y se reencontró con su familia. Recién el 5 de julio le dieron la baja del servicio militar y pudo volver a ser lo que alguna vez soñó.