“Pago 12.000 pesos por mes, más los 3.000 para la garrafa. Hay meses en los que cuesta mucho juntar esa plata. No nos alcanza y tengo miedo de que cualquier día de estos, volvamos a la calle”, detalló.
“Venimos acá y saludamos a la gente. No pedimos nada, solo saludamos: así como se escucha. Y la gente nos ayuda con lo que puede. Con eso, sobrevivimos”. Hace una pausa y continúa: “Porque esto es eso: sobrevivir”.
Héctor busca trabajo y una escuela con más carga horaria para sus hijos
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Héctor, mientras tanto, se encuentra en la búsqueda de trabajo. También, de una escuela que sea de ocho horas para que las chicas puedan estar en un lugar seguro mientras él no está en la casa. “Muchas veces la gente anota mi número y me pregunta si quiero buscar un trabajo. Les digo que sí, que por supuesto. Pero tengo un problemita: ¿con quién dejo a las chicas? Ellas van a la escuela solo cuatro horas y no tengo a nadie que me ayude”.
“Puedo laburar de limpieza, de ayudante de pintor, de podar, de barrendero. Tengo esa experiencia. Pero necesito saber a dónde van a quedar ellas esas ocho o diez horas. Quiero que estén bien. Si no, no puedo estar tranquilo,” explicó.
Según relató a La Nación, en la semana, Héctor levanta a sus hijas, las ayuda a prepararse y las lleva en colectivo a la escuela para que puedan almorzar en el comedor antes de entrar al aula. Luego, vuelve a las 16.30 para retirarlas, dado que van a clases media jornada: esas cuatro horas.
Las gemelas están en 3° grado y Rocío, que es hipoacúsica, en 4°. Nunca tuvo la atención que requiere: no tiene implante coclear, ni audífonos, ni maneja aún la lengua de señas. Se comunican mediante un lenguaje casero, entre ellos. Hace poco empezaron a ir todos los viernes a que le enseñen, pero según Héctor están recién empezando: “Es como si estuviéramos en primer grado”.
En la escuela, Rocío no tiene una maestra integradora que le brinde la ayuda que necesita, por lo que quieren que la niña se cambie a una escuela especial. Desesperado, Héctor les pidió “por favor que esperaran al menos hasta el año que viene".
“No sé cómo voy a hacer para llevarlas a dos colegios distintos”, agregó.
La ilusión de Héctor y sus hijas
Cuando llegó la pandemia, Héctor y Sonia se separaron. Él, Rocío y Alex (otro hijo), se fueron a vivir a lo de una hermana suya. Sonia y las gemelas, a lo de un tío de ella. Poco tiempo después supo que Sonia había vuelto a quedar en situación de calle con Jaqueline y Sheila.
“Sonia tenía diabetes y estaba medio anémica, muy flaquita. Cuando la encontré, se estaba muriendo. La traje para acá, estuvo una semana con nosotros, la llevé al hospital y falleció. Gracias a Dios, las gemelas estaban conmigo”, contó. Recordó que cuando fue a buscarlas, miró a Sonia y le dijo: “La calle no es futuro”.
“Jamás voy a tirar la toalla. Si pudiera conseguir un trabajo y que las nenas estén en un colegio la jornada completa, podríamos vivir como una familia digna, tener un lugar propio donde vivir. Yo quiero una familia, digamos... normal. Va a costar, pero ojalá que nos ayude alguien”, concluyó.