"Si una persona ya tiene de todo no puede añadirse nada más", contestó cuando le preguntaron si se dejó moldear por la industria. Cuando murió, muchos de sus fanáticos culparon al monstruo de los negocios musicales, a los productores y agentes, de no haberla cuidado. Pero Amy sabía lo que hacía y hacia dónde iba. A los 14 años le diagnosticaron depresión. La tristeza y las drogas es la combinación de la muerte.
Amy quería tocar para pocos, vivir de cantar en clubes de jazz y escribir, sacar eso que le daba vueltas en las entrañas. Necesitaba vivir la vida que vivió, del horror sacar belleza, escribir, tocar la guitarra horas y horas. "Necesito tiempo para hacer música, solo déjenme hacer música", comentó en una entrevista.
Amy decía que no sabía de qué escribir cuando le propusieron hacer otro álbum después de Frank. Así que se dedicó a emborracharse, reírse y vomitar. "Me enamoré de alguien por quien estaba dispuesta a morir", dijo sobre Blake Fielder. Y de esa relación nació Back to Black. "Nos hacíamos daño. Cuando rompimos me volví completamente loca. Subía las escaleras y veía sangre en todos lados, y lo veía a él. Era de mis puños".
Las canciones de Amy tienen poder. Sus palabras fluyen y el dolor está ahí. Su olor, su relación, la asfixia y el amor. Luego, la muerte de su abuela. La bebida. Las drogas.
"Yo y mi cabeza en alto, y mis lágrimas secas, sigo adelante sin mi hombre. Volviste a lo que conocías, alejándote de lo que fuimos. Yo piso un camino de problemas y voy a perder. Volveré a la muerte."
La niña prodigiosa que eligió, como a los 16, la autopista peligrosa, murió en su vulnerabilidad. Se destruyó. Y se mitificó.