Gallardo siempre elige agregarle una marcha más al equipo de acuerdo al momento de algunos futbolistas que puedan potenciar lo colectivo. La novedad es Julián Alvarez. Su consolidación lo ubica en un tridente de ataque que es imposible de defender.
La capacidad de Borré, Suarez, y ahora Alvarez para rebotar, girar y desmarcarse en una zona donde no sobran espacios, generan una sociedad fatal. Y además retroalimentan a los que lleguen desde atrás a definir. Un claro ejemplo de ello es como De la Cruz lo utiliza a Borré de apoyo para abrir el camino de la goleada.
El técnico de River prefiere no hablar de sistemas, más bien de funciones. Porque los esquemas suelen ser referenciales. Pero en gran parte de esta etapa eligió el 4-1-3-2 para pasar a jugar en el último tiempo con 3 centrales para darle mas amplitud a Montiel y Casco. El River pandemial muta a un 4-3-3 que pareciera llegar para quedarse.
El cambio de estructura sostiene los mismos valores que consagraron el estilo en estos años. Presión alta para forzar el error rival en la salida, recuperación rápida a la pérdida de la pelota posicionado en campo rival (De la Cruz es un ejemplo de ese aspecto), gestación por dentro con Nacho Fernández más de interior y amplitud sobre todo con Montiel hasta la zona final.
River repite una fórmula vieja pero igual de eficaz e indescifrable para el rival. El triángulo por dentro, la ruptura por afuera, y el pase atrás como recurso letal. Para ello es indispensable el movimiento para llegar a zona de definición por sorpresa.
Genera pánico que este equipo por las dificultades financieras del club, y la realidad del mercado, pueda perder algún jugador más (ya se fueron Quintero y Scocco). Las bajas si se dan de manera esporádica suele disimularla de manera imperceptible.
Pasan los años, queda la esencia y la ambición. Los cimientos que construyeron a este equipo son tan sólidos que pareciera no ponerlo en peligro ni una pandemia, ni la salida de algunos consagrados.