La muerte del papa Francisco dejó a la Iglesia en "sede vacante" y ahora deberá celebrar el tradicional ritual cónclave para elegir a su sucesor.
La muerte del papa Francisco dejó a la Iglesia en "sede vacante" y ahora la institución religiosa deberá seguir una serie de pasos para definir a su sucesor.
La muerte del papa Francisco dejó a la Iglesia en "sede vacante" y ahora deberá celebrar el tradicional ritual cónclave para elegir a su sucesor.
Es una reunión en la que los cardenales menores de 80 años se reúnen en la Capilla Sixtina, a puertas cerradas, para elegir al próximo Pontífice que liderará la Iglesia y no volverán al exterior hasta completar su misión.
La Santa Sede quedó en manos del camarlengo, actualmente el estadounidense Kevin Farrell. Él será el encargado de convocar en Roma a todos los purpurados para las exequias y para organizar la sucesión.
El cónclave es una celebración que tiene su origen en el año 1270, cuando los habitantes de Viterbo, la por entonces sede pontificia, encerraron a los "príncipes de la Iglesia" hasta elegir sucesor.
Tras la deliberación en la Capilla Sixtina, los cardenales deliberarán para luego elegir al próximo Papa aunque solamente podrán votar los menores de 80 años.
Como ocurre en el tradicional ritual, esa jornada empieza con la misa "Pro eligiendo Papa" en la Basílica de San Pedro y continúa con una procesión hasta la Capilla Sixtina.
Después el maestro de ceremonias va a pedirle a los externos que se retiren y se cerrarán las puertas para garantizar la privacidad necesaria para tomar la decisión. Incluso se utilizan inhibidores de frecuencia para garantizar el aislamiento.
Los electores son 135, de los cuales 53 pertenecen a Europa, 23 a Asia, 17 son sudamericano, 20 provienen de Estados Unidos, habrá también 18 africanos y cuatro provenientes de Oceanía. Entre los sudamericanos, habrá cuatro cardenales de origen argentino: el prefecto del dicasterio de la Doctrina de la Fe, Víctor Manuel 'Tucho' Fernández; el arzobispo de Córdoba, el jesuita Ángel Sixto Rossi; el arzobispo de Santiago del Estero, Vicente Bokalic; y el arzobispo emérito de Buenos Aires, Mario Poli.
El voto es secreto y se necesitan dos tercios de los votos para que el nuevo Papa sea elegido. El primer día de encierro se realizará una sola votación y en los días posteriores, en caso de fracasar, el cronograma indica que debe haber dos por la mañana y dos por la tarde.
El escrutinio contará con tres cardenales encargados de contar los votos y tres de revisarlo. Las papeletas serán rectangulares y en ellas se lee "Eligo in Summum Pontificem", mientras que en la parte inferior habrá un espacio para escribir el nombre del elegido.
Luego, cada purpurado llevará su papeleta hasta la urna y, ante los escrutadores, pronunciará el juramento: "Pongo por testigo a Cristo Señor, el cual me juzgará, de que doy mi voto a quien en presencia de Dios, creo que debe ser elegido". Después colocará la papeleta en la urna.
Una vez que todos han votado, se procede al recuento. Los escrutadores leerán en alto cada papeleta mientras otro toma nota y un tercero las perfora con una aguja e hilo, uniéndolas en ristra.
Tras cada votación, El color del humo que salga por la chimenea anunciará al exterior el resultado: si es blanco, significará que se ha alcanzado un acuerdo. Si es negro, el cónclave deberá seguir.
El último paso será anunciar la elección al mundo con el clásico "Habemus Papam" (tenemos Papa) proclamado desde el balcón de la basílica vaticana. El nuevo Pontífice se presentará entonces al mundo e impartirá su primera bendición "Urbi et orbi", tal como hizo el Papa argentino en 2013.