Desde el estudio del canal, uno de los conductores expresó en vivo lo que muchos pensaban: “Todos nos sentimos un poco culpables después de este final tan triste, tan feo. Nadie sabe cómo reaccionar ante una situación así. Pero lo cierto es que, cuando pasan estas tragedias, todos quisiéramos volver el tiempo atrás y actuar distinto”.
El impacto del caso también alcanzó al boliche al que Nicolás había asistido la noche de su desaparición. Durante la cobertura de la manifestación, varios asistentes apuntaron al establecimiento y a las condiciones de seguridad dentro del local. “Creo que los miembros del boliche también deben estar sintiendo esto. No creo que nadie haya querido que termine así”, comentó una de las periodistas presentes en el lugar, destacando la colaboración de quienes aportaron información útil a la investigación.
Sin embargo, en paralelo a las muestras de empatía, surgieron fuertes críticas hacia la falta de controles en los locales nocturnos. “Estoy recibiendo un montón de denuncias sobre este boliche. Quizás no todas tengan que ver directamente con el caso de Nicolás, pero hay que prestar atención a lo que pasa dentro de estos lugares”, advirtió otro periodista en vivo.
El comunicador amplió su comentario con una denuncia más amplia: “Hay muchas irregularidades que se repiten. Muchos adolescentes ingresan con DNI falsos, hay consumo de alcohol en exceso y, en algunos casos, escasa presencia de personal de seguridad preparado para contener situaciones de riesgo. Todo esto genera un entorno peligroso que, lamentablemente, puede terminar en tragedias como esta”.
Estas palabras encendieron el debate público sobre la responsabilidad de los empresarios nocturnos y la falta de controles municipales. Numerosos vecinos de Ezeiza se sumaron a la discusión en redes sociales, pidiendo que se revisen las habilitaciones y las medidas de seguridad de los locales donde suelen reunirse los jóvenes. “No queremos más chicos que salgan a divertirse y no vuelvan”, escribió una vecina en un grupo comunitario.
En ese contexto, el caso de Nicolás Duarte comenzó a representar algo más que una pérdida individual: se transformó en un espejo del dolor social y en un llamado urgente a revisar los mecanismos de protección hacia los adolescentes. La comunidad, atravesada por la pena, empezó a preguntarse qué tanto se hace realmente para cuidar a los jóvenes en la noche, y cuántas tragedias podrían evitarse si existiera una mayor conciencia colectiva.
Durante la marcha, que reunió a cientos de personas en el centro de Ezeiza, los familiares pidieron respeto, empatía y verdad. Con velas, carteles y un silencio estremecedor, los vecinos acompañaron el recorrido que finalizó frente a la parroquia local, donde un sacerdote encabezó una breve ceremonia. En su mensaje, pidió “que este dolor se transforme en compromiso”.
Los padres del joven, visiblemente devastados, agradecieron el apoyo recibido, aunque remarcaron que “nada podrá devolvernos a Nico”. Su madre, tomada de la mano de su esposo, expresó: “Lo único que pedimos es que nadie más pase por esto. Que se investigue todo, que se sepa la verdad, pero sobre todo, que aprendamos a mirar al otro, a no ser indiferentes”.
El relato de los vecinos también pone en evidencia la fragilidad del tejido social, donde muchas veces la rutina y el miedo impiden actuar ante señales de alerta. “Quizás todos vimos algo y no hicimos nada”, admitió una comerciante que vive cerca del lugar donde fue hallado el cuerpo. “Nos acostumbramos a no meternos, a pensar que no es nuestro problema. Pero después pasan estas cosas y el dolor es de todos”.
En las últimas horas, el Ministerio Público bonaerense confirmó que continúa la investigación para determinar las causas exactas de la muerte de Nicolás Duarte. Aunque las primeras pericias no indican signos de violencia externa, los investigadores mantienen abiertas todas las hipótesis hasta recibir los resultados completos de la autopsia.
Mientras tanto, el caso generó un fuerte debate sobre la responsabilidad social y comunitaria. Psicólogos consultados por medios locales destacaron que la culpa es una reacción frecuente ante tragedias que parecen evitables. “Cuando una comunidad atraviesa un hecho de este tipo, surgen sentimientos de culpa y frustración porque todos, en algún punto, sienten que podrían haber hecho algo distinto. Pero lo importante es transformar esa culpa en conciencia y acción”, explicó una especialista.
Este enfoque también fue compartido por referentes sociales que participaron de la marcha, quienes remarcaron la importancia de mantener redes de apoyo entre vecinos. “No se trata solo de pedir justicia, sino de aprender a cuidarnos entre todos”, señalaron.
El caso de Nicolás Duarte deja al descubierto una realidad compleja: la falta de control sobre los espacios donde los jóvenes se divierten, la ausencia de protocolos de emergencia efectivos y una sociedad que muchas veces reacciona tarde, cuando el dolor ya es irreversible. En palabras de un docente local: “Necesitamos que este hecho no quede en el olvido. Que sirva para revisar cómo actuamos como comunidad y cómo podemos evitar que algo así vuelva a ocurrir”.
A medida que pasan los días, el nombre de Nicolás se convirtió en un símbolo de reflexión y cambio. Su historia ya no pertenece solo a su familia, sino a una sociedad entera que, entre lágrimas y promesas, intenta aprender de su pérdida. “No queremos más Nicos. Queremos más empatía, más atención y más responsabilidad. Eso es lo que él nos dejó como mensaje”, dijo una amiga del joven al cerrar la ceremonia.