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El coronavirus se hace fuerte en la impericia de Ginés y la magra herencia de los CEOs

Esteban Talpone
por Esteban Talpone |
El coronavirus se hace fuerte en la impericia de Ginés y la magra herencia de los CEOs

En todo el mundo, según la Organización Mundial de la Salud, hay 20 posibles vacunas contra el coronavirus en etapa de investigación y desarrollo. Curiosamente, ninguna de ellas en la Argentina.

Una serie de consultas entre investigadores del CONICET permite arribar a una conclusión casi unánime: “podríamos hacerlo, pero no se está haciendo nada”.

¿Por qué?, pregunté. “Porque no hay financiación para un proyecto de esas características; y si lo hubiera y lográramos descubrirla, no estaríamos en condiciones de fabricarla en gran escala”, me dijeron.

Otros países, como Israel, tomaron rápidamente las riendas del asunto y se encuentran avocados a intervenir en el descubrimiento de una solución.

Los laboratorios privados, previsiblemente, corren una carrera contra el tiempo para quedarse con lo que será un negocio de muy alta rentabilidad.

Pero la Argentina está enfrentando esta crisis con sus particularidades históricas, las mismas que la inducen al yerro una y otra vez.

En primer lugar, la frialdad. Hay que recordar que somos un país endeble, que hace no tanto tiempo tuvo la osadía de bajar de rango al ministerio de salud para complacer al Fondo Monetario Internacional.

Después, ¿la impericia? Desde diciembre pasado nos encontramos bajo la gestión de un ministro que acaba de reconocer socarronamente su error de cálculo: “No pensé que iba a llegar tan rápido”.

El error, obviamente, no tuvo consecuencia para el funcionario pero sí las puede tener, y muy graves, para el conjunto de la población.

En verdad, el doctor Ginés González García, más preocupado por endilgarle al macrismo el resurgimiento del sarampión, pareció subestimar desde un principio la alerta surgida desde China hacia fines de 2019.

Inclusive, exhibió indicios de ignorar las advertencias emitidas por otros países cuando el virus ya había cruzado numerosas fronteras. “Estamos relativamente bien”, decía hace menos de diez días en una entrevista televisiva en A24.

Para entonces, hay que decirlo, hasta el intrépido Donald Trump, que se atreve sistemáticamente a negar la realidad del cambio climático, había encabezado una conferencia de prensa durante la cual puso al frente del operativo contra el coronavirus al vicepresidente, Mike Pence.

En estas cuestiones, la distancia entre estar “relativamente bien” y “relativamente mal” es alarmantemente escasa. Y González García debería tenerlo en cuenta.

Por estas horas, solo nos ponen al resguardo de un problema aún mayor el calor del verano (que ya comienza a retirarse); los miles de kilómetros que nos separa de Asia y Europa; y el decreciente flujo de pasajeros desde y hacia esas regiones.

En los tiempos de la Big Data no debería ser tan difícil realizar un diagnóstico adecuado de la situación, sujeto a estrictas reglas científicas, y tomar en consecuencia las medidas de prevención oportuna y necesaria.

Eso, inclusive, puede no sólo ser una lección de la crisis en esta coyuntura, sino también un modelo a seguir en toda la administración pública.

Las decisiones políticas de esta naturaleza nunca deberían quedar sujetas a la apreciación subjetiva que un puñado de funcionarios.

Durante la última Asamblea Legislativa, el Presidente Alberto Fernández declaró que el suyo es “un gobierno de científicos” y lo contrapuso al “gobierno de los CEOs”.

Habrá que empezar a demostrar que en la crisis los científicos tienen mayor y más adecuada capacidad de reacción que los CEOs. También que pueden poner mejores resultados al servicio de la gente.

Del contrario, aquella será simplemente una frase del más fino marketing político, al estilo Jaime Durán Barba… y nada más que eso.