En julio de este año, ante el inminente desenlace, organizó su propia fiesta de cumpleaños número 50. En un emotivo discurso, declaró: “Estoy más preparada para irme que para quedarme”. Rodeada de amigos y familiares, brindó por una vida que, aunque llena de desafíos, también estuvo repleta de amor, fe y agradecimiento. Su firme creencia en Dios la llevó a ver su partida como un acto de amor divino. "Me voy tranquila", decía en sus palabras finales, aceptando lo inevitable con una serenidad que pocos comprenden.
Gloria Espinosa fue mucho más que una paciente de cáncer. Para quienes la conocieron, fue un ejemplo de solidaridad, valentía y alegría. Su suegra, Vicky, la describió como “el ser humano más increíble de este mundo”. En sus últimos momentos, Gloria se encontraba sedada, en paz, rodeada de su familia, quienes fueron testigos de su lucha implacable y su fortaleza inquebrantable. Su hijo Juan Antonio, de 25 años, habló del temple de su madre, destacando que, a pesar de las adversidades, nunca dejó de sonreír.
El impacto de su partida se sintió en toda la ciudad. En cumplimiento de su voluntad, no se llevó a cabo una velación; en su lugar, se realizó una eucaristía en su honor, donde familiares y amigos recordaron a una mujer que, incluso en sus últimos días, prefirió celebrar la vida antes que lamentar la muerte.
Gloria pasó sus últimos días acompañada de morfina para calmar el dolor, con una afección en la pierna que limitaba su movilidad, pero nunca su ánimo. En una de sus últimas entrevistas, confesó que ya estaba cansada de pelear, pero agradecida por el tiempo que le había sido concedido. “El milagro ha sido este: estar tranquila, a pocas semanas de irme”, expresó con una sonrisa que iluminaba la habitación.