¿Por dónde debería empezar la historia? Hasta la misma pregunta teme responderse. Una persona que nadie quisiera tener cerca. Su nombre: Raúl Carlos Barón Biza.
¿Por dónde debería empezar la historia? Hasta la misma pregunta teme responderse. Una persona que nadie quisiera tener cerca. Su nombre: Raúl Carlos Barón Biza.
Fue el hombre que jamás pasó inadvertido desde que llegó al mundo en Buenos Aires el 4 de noviembre de 1899. Nació rico y con todo el futuro asegurado. Por eso, Raúl jamás pensó en desviarse de continuar con la tradición social y con todos los negocios que significaba venir de una familia poderosa. Era el menor de los cinco hijos de Wilfrid Barón y Catalina Biza, un matrimonio de millonarios que eran propietarios de kilómetros y kilómetros de tierra en la provincia de Córdoba.
Al padre de Raúl lo definían como un hombre múltiple que se dedicó con mucho esfuerzo y compromiso a la actividad industrial, agropecuaria, financiera y comercial a lo largo y ancho del territorio argentino. Sin embargo, ni en su peor pesadilla imaginó lo que sería la vida de Raúl. Con el paso de los años se fue convirtiendo en una leyenda que estaba invadida de brutalidad, de misterio, y también de literatura. Un padre que no paraba de emprender y un hijo que estaba gobernado por la maldad.
Una historia teñida de sangre con Raúl Barón Biza como protagonista. Él se encargó de superar la trascendencia de su padre y lo logró a base de excentricidades, de locuras y de múltiples arrebatos personales.
Para el joven Biza, el dinero jamás fue un problema, siempre abundaba y por eso tenía un estatus social importante. A tal punto llegó su obsesión con el dinero, que la famosa frase de “tirar manteca al techo” tiene su origen en lo que solía hacer Barón Biza. Durante un largo recorrido por Europa arrojaba manteca al techo haciendo alarde de su riqueza.
¿Qué más hizo con su vida, Raúl Biza? Incursionó en política porque le obsesionaba “cambiar el mundo”, en los tiempos libres no dejó de escribir y también se destacó como empresario. Tanto se comprometió con el mundo de la literatura, que en 1924 publicó su primera obra titulada “Risas, lágrimas y sedas”.
En uno de los tantos viajes a Europa, en Venecia para ser más precisos, tuvo la oportunidad de conocer a la actriz de origen suizo Rosa Martha Rossi Hoffmann, aunque utilizaba el seudónimo de Myriam Stefford. Se enamoraron y el 28 de agosto de 1930 se casaron.
Después del casamiento, todo fue una aventura. Myriam tenía un fanatismo por la aviación. Lo llevaba en la sangre. Por ese motivo, la pareja decidió comprar un monomotor para visitar los distintos puntos de Argentina y hacer turismo. Eran momentos donde Myriam se destacó por ser una de las primeras aviadoras del país. Sin embargo, a menos de cumplir un año de casados, Myriam tuvo un accidente aéreo en San Juan. Fue el 26 de agosto de 1931, cuando intentaba cumplir una hazaña: unir catorce provincias en un precario avión.
Los primeros rumores de la tragedia indicaron al propio Barón Biza como responsable. De todas formas, construyó un monumento colosal de hormigón armado que fue diagramado por el ingeniero Fausto Newton. Allí hay una cripta con bóveda donde se encuentran los restos de Myriam. “Viajero, rinde homenaje con tu silencio a la mujer que, en su audacia, quiso llegar hasta las águilas”, anuncia el epitafio. Después, el viudo se exilió en Uruguay y en 1932 publicó “¿Por qué me hice revolucionario?”.
El camino de la literatura parecía frustrarse cuando Barón Biza fue a prisión por razones políticas (mostró una fuerte oposición al gobierno de facto). Igual nada lo desvió de su objetivo. Ahí publicó una de las obras más polémicas, que generaría revuelo y resquemor por su contenido: “El derecho de matar”. Esta novela comienza con una carta al Papa Pío XI que justifica el envío del libro al Vaticano. Lo que todos pensaban que era una locura, finalmente se concretó y esa edición le llegó a las manos del Papa.
De acuerdo a lo que sostenían algunos autores, “el libro estaba revestido en plata y en su portada aparecían una calavera y una guadaña ensangrentada”. Una “obra maldita” directa al Vaticano, mencionaban los diarios de la época.
Barón Biza continuaba en prisión y lejos estaban de dejarlo en libertad. En la cárcel continuó escribiendo una segunda versión de “El Derecho de Matar”, con la característica de que este nuevo lanzamiento se adaptara más a un lenguaje coloquial para que toda la gente de a pie pudiera entenderlo.
Luego de que lo liberaran, y ya superada la muerte de su primera esposa, mantuvo un romance con Rosa Clotilde Sabattini, hija de un amigo cercano. Sin embargo, el casamiento en 1935 sería de forma secreta. Sabattini tenía 17 años recién cumplidos. Por eso, después de la boda abandonaron el país y vivieron en Suiza. Incluso hasta se animaron a explorar otros territorios. A mediados de la década del 40 volvieron a la Argentina y tuvieron tres hijos pero optaron por mudarse a Uruguay un tiempo.
Todo sería tragedia y más tragedia en la vida de Barón Biza. Un día hasta peleó con su cuñado, Alberto Sabattini. Le sacó su arma y le disparó. Pero se encontró con que el otro también estaba armado. ¿Cómo terminó la historia? Los dos terminaron baleados, aunque el tiro que le dio Alberto lo dejó a Barón Biza rengo para siempre. La ruptura matrimonial era inmediata.
¿Hay más en la vida de Barón Biza? Sí, en 1942 concluye la obra “Punto Final”, llamando nuevamente la atención del público y generando sentimientos encontrados en sus lectores después de su obra “El Derecho de Matar”. Cuando llega 1953, Barón Biza se separa de forma oficial y le ofrecen un cargo político en Hungría. Diez años después, el repudiado escritor publica “Todo estaba sucio”, donde ofrece un manto de oscuridad mayor que en sus anteriores obras.
El 16 de agosto de 1964, Barón Biza recibe a su exesposa y a sus abogados para tramitar el divorcio y que todo termine de la mejor manera. Pero les tenía preparado un plan macabro. Allí les ofrece un whisky, y sin que nadie lo espere, le arroja el contenido a Sabattini. Pero el vaso no contenía whisky, tenía ácido que le quemó gran parte del cuerpo a la mujer. Luego de esa reacción violenta, misógina y cobarde, Barón Biza escapa corriendo. Los letrados llevan a Sabattini al Hospital del Quemado. Ante la gravedad de un panorama muy delicado, la mujer llegó con quemaduras en su cara, en sus manos y en el pecho.
Al día siguiente, la policía encontró a Barón Biza con un disparo en la cabeza tirado en la misma habitación donde la pareja había discutido. Fue un violento final para un extraño y oscuro personaje. Tenía 64 años. No hubo velorio. "Que mi tumba no tenga ni nombre, ni flores, ni cruz", había escrito en su último libro.
Perseguidos por una especie de maldición después de su muerte, Sabattini se suicidó en 1978. Tenía 59 años y se tiró por una ventana en el lugar que había sufrido el ataque con ácido. Luego, dos de sus hijos también se suicidaron con el mismo método.
Todavía hay distintas preguntas sin respuestas del hombre que muchos apodaban el “escritor maldito”. Así fue la vida tétrica que eligió Raúl Barón Biza, el hombre que nada lo supo hacer sin escándalo.