Accidente aéreo

La historia de Juliane Koepcke: cayó desde 3.000 metros sobre la selva y cómo logró sobrevivir

Fue en la Navidad de 1971 y ella salvó su vida de manera milagrosa. Una mujer con un instinto de supervivencia. Sola, herida y sin alimento. Un calvario de 11 días en el que terminó encontrando su gran pasión.
Marcos Marini Rivera
por Marcos Marini Rivera |
Juliane sobrevivió pero tuvo que enfrentarse con la selva de Perú durante 11 días para buscar ayuda. Esta es su primera imagen luego del accidente. Fue el 4 de enero de 1972. 

Juliane sobrevivió pero tuvo que enfrentarse con la selva de Perú durante 11 días para buscar ayuda. Esta es su primera imagen luego del accidente. Fue el 4 de enero de 1972. 

Gritaba y gritaba pero estaba completamente sola.

Juliane Koepcke volaba en un avión con su madre sobre la selva peruana cuando el aparato sufrió un accidente debido a una tormenta. De manera milagrosa, sobrevivió a una caída de más de 3.000 metros y con 17 años, se encontró sola en el medio de la jungla. Era el 24 de diciembre de 1971.

Juliane y su madre María fueron al Aeropuerto Internacional Jorge Chávez en Lima, Perú. Ellas fueron parte de las 92 personas que subieron al Lockheed 188 Electra bautizado como Mateo Pumacahua, correspondiente al vuelo 508 de la ya inexistente aerolínea LANSA. El destino era la ciudad de Pucallpa. Allí estaba su padre que las esperaba ansioso para celebrar la Navidad.

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Juliane en el lugar del accidente.

Juliane en el lugar del accidente.

Ese día, 92 pasajeros, incluida su mamá, y seis miembros de la tripulación perdieron la vida. Juliane fue la única que sobrevivió y se enfrentó a la soledad de la selva en busca de una ayuda inmediata que tardó en llegar.

El accidente del vuelo 508 de la aerolínea Lansa

Juliane, según contó en su libro "Cuando caí del cielo", se dirigía a Panagua, un centro de investigación que presidían sus padres biólogos, Maria Koepcke y Hans-Wilhelm Koepcke. Ella y su mamá, quien le tenía miedo a volar, ocuparon una de las últimas filas de la aeronave.

Era un recorrido de solo una hora, pero después de 30 minutos, lo peor estaría por llegar. Las condiciones climáticas convirtieron el viaje en una inmensa tragedia.

“El piloto no se desvió de la tormenta, sino que voló de frente y se internó en aquella caldera infernal. En pleno día se hizo de noche a nuestro alrededor. Procedentes de todas direcciones, los rayos cruzaron el espacio sin cesar”, escribió tiempo después quien fue la única sobreviviente.

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Juliane junto a sus padres.

Juliane junto a sus padres.

Dentro del avión reinaba el caos y solo se escuchaban gritos. La turbulencia se imponía y todo se movía. Las valijas se desprendían de los compartimientos y los pasajeros seguían gritando. “Esperemos que esto tenga buen final”, le dijo Maria a su hija. De inmediato, un rayó impactó la aeronave y una luz blanca los cegó.

“Ahora se acaba todo”, fue la sentencia de su madre María.

Convivir con los recuerdos permanentes de ese viaje

A Juliane siempre le habitaron esos recuerdos en su cabeza. A veces se le viene a su memoria los gritos de los demás en medio de la oscuridad. Cuando el avión cayó, Juliane quedó inconsciente por varias horas. ¿Cómo hizo para sobrevivir? Esa es la pregunta que siempre se hace y no obtiene una respuesta.

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La madre de Juliane era ornitóloga y su padre biólogo. Siempre le transmitieron el amor por los animales y la naturaleza.

La madre de Juliane era ornitóloga y su padre biólogo. Siempre le transmitieron el amor por los animales y la naturaleza.

Despertó en su silla, con el cinturón de seguridad abrochado, en medio de la vegetación del Amazonas peruano. No había nadie a su alrededor. “Jamás olvidaré cuando logré abrir los ojos. Las copas de los gigantescos árboles de la selva y una luz dorada que hacía brillar todo lo verde en tonalidades diferentes”, aseguró.

Tenía dificultad para ver. Sus anteojos también desaparecieron y tenía un ojo hinchado. Era la mañana del 25 de diciembre. La Navidad la había pasada envuelta en dolores, fracturas, raspones, confusión y la desesperación de no saber qué era lo que había sucedido.

El milagro de estar viva

En su cabeza se preguntaba si se trató de un milagro poder estar viva. Pero todavía le faltaba sobrevivir a la selva. Algo que le requería una dosis alta de energía para estar atenta a todo lo que pasaba. Sin embargo, gracias a los conocimientos y experiencias que le habían inculcado sus padres, caminó días y días para encontrar comida y pozos de agua.

En mi caminata solitaria de 11 días de regreso a la civilización, me hice una promesa. Juré que, si seguía viva, le dedicaría mi vida a una causa significativa que sirviera a la naturaleza y la humanidad”, puntualizó la mujer, tiempo después, en una charla con The New York Time.

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Juliane y su madre.

Juliane y su madre. "Más tarde me enteré de que mi madre también había sobrevivido al accidente, pero resultó gravemente herida y no podía moverse".

Trató de visualizar los restos del avión y hasta imaginó encontrar también sobrevivientes. Incluso gritó con insistencia: ‘¡Hola!, ¿Hay alguien aquí?’ Pero nadie respondió a sus llamados.

Su padre, que estaba en Panagua, le había dicho alguna vez que, si se perdía en la selva, solo debía encontrar una corriente de agua y seguirla para encontrar personas. Ella la buscó de todas las formas posibles y trató de oír señales de grandes arroyos. No obtuvo resultados.

A su cuarto día de caminata, el reloj que llevaba en su muñeca y que la había ubicado temporalmente se detuvo. Nada la asustó y continuó el camino hasta que unos pájaros la alertaron de la presencia de dos cadáveres. Era la primera vez que veía un cadáver. Hasta pensó que uno de ellos era el de su mamá.

“Tomé un palo pequeño y con él giré un poco un pie, de modo que se pudieran reconocer las uñas. Estaban pintadas, doy un suspiro de alivio: mi madre jamás se pintó las uñas”, afirmó en su libro de memorias.

Su madre sobrevivió al accidente pero no a la selva

"Más tarde me enteré de que mi madre también había sobrevivido al accidente, pero resultó gravemente herida y no podía moverse. Murió varios días después. Me da miedo pensar en cómo fueron sus últimos días", llegó a contar Juliane.

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Los restos del avión del vuelo 508 de LANSA.

Los restos del avión del vuelo 508 de LANSA.

Juliane, mientras recorrió las entrañas de la selva peruana, escuchó a aviones de rescate y eso la llevó a darse prisa. Su padre pensaba lo peor y ya le estaba escribiendo cartas a sus familiares. “Ha transcurrido ya una semana y aún no encuentran el avión”, llegó a escribir su padre.

Cuando Juliane encontró un arroyo no lo pensó más y comenzó a nadar. A veces salía cuando se sentía que podía ser atacada por caimanes y algunas especias. Así fue su rutina durante once días.

“Soy una chica que ha caído”

Ella comenzó a ver pisadas en el pasto y las siguió hasta que vio una cabaña donde había algunas herramientas que daban rastro de taladores de árboles. Allí pasó la noche. Al día siguiente llegaron unos hombres y la miraron sin comprender de lo que estaban siendo testigos.

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Juliane ahora tiene 67 años. Vive en Múnich, Suiza, y se jubiló hace unos meses de la Colección Estatal de Zoología.

Juliane ahora tiene 67 años. Vive en Múnich, Suiza, y se jubiló hace unos meses de la Colección Estatal de Zoología.

“Soy una chica que se ha caído con el LANSA. Mi nombre es Juliana”, les dijo bien lento para que la comprendieran.

Beltrán Paredes, Carlos Vásquez y Néstor Amasifuén fueron quienes la ayudaron y le limpiaron las heridas y la llevaron a un puesto de salud. Se encontró con su padre y fue toda emoción. En ese momento, los medios de comunicación calificaron su historia como asombrosa y el foco estaba puesto en por qué no había muerto como los demás pasajeros.

Las hipótesis determinaron que su lugar en el avión, la forma como cayó y los árboles frondosos que contuvieron el golpe sirvieron para salvarle la vida.

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El avión del accidente. El Lockheed Electra L-188.

El avión del accidente. El Lockheed Electra L-188.

La selva forma parte de mí tanto como el amor que siento por mi esposo, la música de la gente que vive a lo largo del Amazonas y sus afluentes, y las cicatrices que conservo del accidente aéreo”, llegó a reconocer.

Juliane Koepcke se dedicó a cuidar con su padre el Amazonas de Perú. De hecho, logró que las autoridades del país delimitaran zonas para la guarda de la vegetación y reforestación. "Mi misión hoy es cuidar ese bosque que a mí me salvó la vida"

Ahora tiene 67 años. Vive en Múnich, Suiza, y se jubiló hace unos meses de la Colección Estatal de Zoología. Convivió con padecimientos que le fueron crónicos como fuertes dolores de cabeza a causa de una dislocación de las vértebras cervicales. Ella vivió para contarlo y transmitir lo que aprendió: "La selva tropical no es el infierno verde que el mundo siempre piensa".

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