El salto que lo cambió todo
Nacido en Salzburgo, Austria, el 20 de abril de 1969, Baumgartner se inició como conductor de tanque en el ejército y luego se volcó al paracaidismo, disciplina que lo llevó a convertirse en un ícono global. Su hazaña más recordada ocurrió el 14 de octubre de 2012, cuando saltó desde 39.068 metros de altura como parte del proyecto Red Bull Stratos.
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La cápsula que lo elevó hasta la estratósfera estaba suspendida por un globo de helio. Desde allí, con una cámara en su traje y millones de personas mirando en vivo, se lanzó al vacío y rompió tres récords mundiales: el salto más alto, el vuelo en globo tripulado de mayor altitud y la velocidad máxima alcanzada por un ser humano sin motor —1.341,9 km/h—, lo que le permitió romper la barrera del sonido.
“A veces hay que llegar muy alto para entender lo pequeño que uno es”, dijo después del salto, en una frase que dio la vuelta al mundo. Fue un logro que combinó ciencia, tecnología, audacia y show mediático.
Una vida al borde del límite
Además de su salto estratosférico, Baumgartner realizó proezas en los cinco continentes. Fue el primero en cruzar el Canal de la Mancha con un traje de alas de fibra de carbono, realizó saltos base desde las Torres Petronas en Kuala Lumpur, el viaducto de Millau en Francia, la torre Taipéi 101 en Taiwán y el rascacielos Turning Torso en Suecia.
En Croacia, descendió en caída libre hasta el fondo de la cueva de Mamet, a 200 metros de profundidad. Su destreza y sentido del espectáculo lo convirtieron en una figura central del deporte extremo moderno.
En 2012, tras su salto desde la estratósfera, fue distinguido con el Premio Laureus al Mejor Deportista Extremo del Año y anunció su retiro profesional. Sin embargo, siguió participando en exhibiciones aéreas y actividades vinculadas al vuelo.
Ídolo global, leyenda del riesgo
Baumgartner entendía el riesgo como parte esencial de su vida. En entrevistas y charlas, relataba con detalle los efectos físicos de sus proezas, la importancia de la preparación psicológica y la presión de ser observado por millones. “Lo más difícil fue controlar mi cuerpo a esa velocidad. Podía sentir la presión de la sangre en los ojos. Me tomó cincuenta segundos parar los giros y después volé por tres minutos hacia la tierra”, contó alguna vez sobre su salto más famoso.
El proyecto Red Bull Stratos requirió cinco años de desarrollo y una inversión de 20 millones de dólares. Fue seguido por más de 40 cadenas televisivas y 130 plataformas digitales. Su legado trascendió los deportes de riesgo para instalarse en la cultura popular, como símbolo de superación, vértigo y precisión.
La noticia de su muerte generó un inmediato impacto internacional. La prensa europea y los medios especializados lo despidieron como un pionero que abrió nuevas fronteras. En las comunidades de paracaidistas, pilotos y fanáticos de la adrenalina, el duelo es profundo.
Felix Baumgartner murió haciendo lo que amaba. Su historia quedará como testimonio de lo que significa desafiar los límites del cuerpo, la mente y la gravedad.