Olveira fue prudente al referirse a las posibles causas del siniestro. “Es muy pronto para hablar de eso”, señaló, descartando a su vez cualquier explicación vinculada a condiciones climáticas adversas. “No estaba lloviendo, no había hielo, no se vino un auto de enfrente”, enumeró, como si quisiera anticipar y desarmar las especulaciones que suelen aparecer en este tipo de episodios. Su testimonio coincide con los primeros informes de las autoridades de tránsito, quienes tampoco registraron factores ambientales que pudieran haber contribuido al vuelco.
Lo que sí destacó con vehemencia fue la rapidez y la eficacia del operativo de rescate. “En dos minutos estaban las ambulancias, estaban los bomberos. Un operativo que uno tiene que agradecer cuando tanto se habla mal de lo público. Lo público estuvo en dos minutos socorriéndonos”, afirmó con gratitud. Sus palabras apuntan a un reconocimiento hacia el sistema de emergencias local, que actuó con una celeridad que los propios pasajeros consideraron clave para atender a los heridos y trasladarlos a tiempo.
El caos que siguió al vuelco fue, como suele ocurrir en estos casos, una mezcla de gritos, confusión, golpes, vidrios rotos y desorientación. Sin embargo, y según el relato del sacerdote, la mayoría de los pasajeros logró salir por sus propios medios o con la ayuda mutua. “El ochenta por ciento salimos por nuestra cuenta o ayudados por otros, algunos más golpeados”, detalló. En medio del susto generalizado, los pasajeros que se encontraban en mejores condiciones físicas contribuyeron a asistir a quienes estaban atrapados o demasiado aturdidos para reaccionar con rapidez.
El cura estimó que alrededor del diez por ciento de los ocupantes sufrió heridas “de distinta gravedad”, aunque en la mayoría de los casos no se trataría de lesiones que comprometieran la vida, según las primeras evaluaciones médicas. Aun así, el episodio dejó secuelas físicas y emocionales que todavía deberán ser atendidas en las próximas horas.
La parte más dura de su relato apareció cuando se refirió a las víctimas fatales. Con un tono que combinaba tristeza y resignación, Olveira comentó que, por lo que pudo ver, “fueron las personas que estaban abajo, que habrán salido volando y el colectivo les aplastó”. Las posiciones dentro del micro suelen determinar las consecuencias en casos de vuelco, y esta vez no fue la excepción. La fuerza del impacto y la caída del vehículo sobre uno de sus laterales habría atrapado a quienes viajaban en la planta baja.
El sacerdote, que además es enfermero, no pudo evitar involucrarse en la escena asistiendo a quienes más lo necesitaban en medio del desorden. Su testimonio incluyó un detalle que reflejó la crudeza del momento: “Le tomé el pulso a una mano que estaba debajo del colectivo, y esa mano estaba sin vida”. La frase, por sí sola, condensa el horror que se vivió en esos minutos posteriores al vuelco, cuando todavía no había certeza sobre la cantidad de heridos ni sobre la magnitud real del accidente.
Los pasajeros heridos fueron trasladados a distintos hospitales de la zona, en especial al de General Pirán, que se convirtió en el epicentro del operativo médico. Allí, médicos, enfermeros y personal de guardia trabajaron para estabilizar a los heridos, realizar estudios de diagnóstico y contener a los familiares que empezaban a llegar para buscar información. En paralelo, la Policía Científica inició las primeras pericias sobre el vehículo, intentando reconstruir el modo exacto en que el micro perdió el control y terminó fuera del asfalto.
Aunque existen procedimientos protocolares para investigar accidentes viales, los testimonios de los sobrevivientes serán clave para determinar qué ocurrió en esos segundos que bastaron para desencadenar la tragedia. Las pericias mecánicas y las revisiones técnicas del micro también serán determinantes en los próximos días, mientras se aguardan resultados oficiales.
La noticia generó un rápido eco político debido a la presencia de un contingente que se dirigía a un acto provincial. Si bien aún no se difundieron reacciones inmediatas de funcionarios, se espera que las autoridades provinciales y nacionales se pronuncien sobre el hecho, especialmente en lo relativo a las condiciones del transporte y la seguridad vial en rutas muy transitadas.
En medio de la conmoción, el relato del cura Olveira se convirtió en una de las voces más claras y empáticas para entender lo ocurrido desde dentro del micro. Su testimonio no solo aporta información, sino que humaniza el accidente al revelar lo que se vive en los minutos en los que la vida de decenas de personas queda súbitamente en manos del azar, la suerte y la rapidez con la que se activa la asistencia médica.
Mientras tanto, la prioridad continúa siendo la atención de los heridos y la contención a los familiares de las personas fallecidas. El accidente reabre el debate permanente sobre la seguridad en los micros de larga distancia, las revisiones técnicas, los descansos de los choferes y la infraestructura vial en los corredores turísticos más utilizados del país. Cada tragedia de este tipo deja preguntas que vuelven a repetirse, pero que pocas veces encuentran respuestas contundentes o soluciones duraderas.
Por ahora, el dolor domina la escena. Y el testimonio del sacerdote, cargado de humanidad y brutal sinceridad, recuerda con crudeza la rapidez con la que un viaje habitual puede transformarse en un episodio devastador.