Según la investigación, ese día el personal decidió servir la leche en la sala de profesores y no en el aula, rompiendo con el procedimiento habitual. Minutos después, Benedict bebió la merienda sin saber que le habían servido leche de vaca en lugar de la bebida especial que necesitaba para su seguridad.
Tras ingerir la leche, el niño comenzó a vomitar casi de inmediato. La reacción fue fulminante: perdió el conocimiento antes de que los docentes pudieran administrarle la inyección de adrenalina que llevaba para casos de emergencia.
Aunque fue trasladado rápidamente a un hospital, Benedict llegó sin vida. La rapidez con la que actuó la alergia no dejó margen para la recuperación. La posterior autopsia confirmó que se trató de un shock anafiláctico causado por la ingesta de leche de vaca.
En el mes pasado, el jurado del Ayuntamiento de Peterborough emitió un dictamen contundente: la Escuela Primaria Barnack no cumplió con las medidas necesarias para evitar la reacción fatal del niño. El fallo señaló fallas graves en la implementación de protocolos de seguridad alimentaria, que derivaron en el desenlace fatal.
La institución admitió su responsabilidad, lo que fortaleció el reclamo de los padres para que se impulse una legislación nacional que obligue a todas las escuelas a seguir protocolos estrictos y uniformes frente a alergias y otras condiciones médicas de riesgo.
Desde la muerte de su hijo, Helen Blythe, madre de Benedict, ha convertido el dolor en una lucha activa. Su objetivo es que el Parlamento británico apruebe la “Ley Benedict”, que establecería medidas obligatorias para prevenir, detectar y responder ante emergencias médicas derivadas de alergias en los centros educativos.
Entre las propuestas impulsadas por la familia, se incluyen:
-
Capacitación obligatoria del personal docente y no docente en identificación de síntomas de alergias graves.
Disponibilidad inmediata de medicamentos de emergencia en todas las aulas.
Protocolos uniformes y por escrito que eviten improvisaciones.
Registro actualizado de las condiciones médicas de cada alumno, accesible para todo el personal.
El reclamo no se ha quedado solo en la voz de los padres. Compañeros de escuela de Benedict y su hermana, Etta Blythe, se unieron para llevar el pedido directamente a las puertas del poder. Acompañados por familiares y docentes sensibilizados con el caso, entregaron más de 13.000 firmas en la residencia oficial del Primer Ministro, en Downing Street, solicitando que la normativa se implemente en todo el país.
“Creo que es importante que hoy sean los niños los que traigan esto a Downing Street”, dijo Helen Blythe en declaraciones a Sky News. Su intención es que el cambio no se perciba como una exigencia política aislada, sino como un clamor social que nace desde las aulas, de la voz de los propios pequeños que conviven con estas enfermedades.
El caso de Benedict pone en evidencia una problemática que va en aumento. Según datos de la Asociación Británica de Alergias, se estima que alrededor del 5% de los niños en edad escolar padece algún tipo de alergia alimentaria, y que al menos un tercio de ellos podría sufrir reacciones graves si no se toman medidas inmediatas.
Los especialistas advierten que las alergias no deben ser minimizadas y que las escuelas necesitan protocolos uniformes y claros que no dependan de la memoria o la buena voluntad de cada docente. En casos severos, minutos —o incluso segundos— pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte.
Para la familia Blythe, la tragedia de Benedict no debe convertirse en una estadística más. Helen y su esposo han declarado en múltiples entrevistas que la única forma de sobrellevar la pérdida es asegurarse de que la muerte de su hijo sirva para salvar otras vidas.
La campaña por la Ley Benedict ha recibido apoyo de organizaciones médicas, pediatras y defensores de derechos infantiles. También se han sumado familias que han vivido episodios similares, aunque con desenlaces menos trágicos, quienes coinciden en que la prevención es la única barrera efectiva contra las alergias fatales.
Benedict, descrito por sus familiares como un niño alegre, curioso y amante de la naturaleza, dejó un legado que trasciende su corta vida. Su nombre hoy se asocia a una causa nacional por la seguridad infantil, y su historia sirve como recordatorio de que los protocolos no son simples formalidades, sino salvavidas que pueden evitar tragedias.
Mientras el Parlamento evalúa la posibilidad de debatir la Ley Benedict, la familia Blythe sigue sumando apoyo social, convencida de que cada firma, cada testimonio y cada historia compartida acerca a Reino Unido a un sistema escolar más seguro e inclusivo para todos los niños con condiciones médicas especiales.