Más aguda era la crisis de la junta militar que había asaltado el poder en Argentina en 1976. El plan económico de José Alfredo Martínez de Hoz había fracasado estrepitosamente y la población argentina estaba perdiendo el miedo tras 5 años de la represión más brutal de la historia.
Cuando Leopoldo Fortunato Galtieri lideró el golpe interno contra Roberto Viola, en diciembre de 1981, los militares sabían que el régimen no tenía mucho futuro si no había un cambio de rumbo. Así empezó a madurar el plan de recuperar las Malvinas, algo que siempre había estado en la cabeza de un sector minoritario de las Fuerzas Armadas, pero que nunca había levantado vuelo.
Galtieri pensó que a Londres no le interesaría conservar unas islas en las que había poco más de mil habitantes y donde ni siquiera tenía una base militar. Primer error de cálculo grave. Porque es cierto que Thatcher no le dio demasiada importancia al incidente protagonizado por chatarreros argentinos que desembarcaron el 17 de marzo de 1982 en las Islas Georgias del Sur e izaron la bandera nacional.
Pero la realidad es que cuando la Armada desembarcó en las Malvinas el 2 de abril para reclamar la soberanía sobre las islas, la primera ministra se dio cuenta de que estaba ante una oportunidad única. Si echaba a los militares argentinos y lograba conservar ese resabio imperial obtendría un triunfo que dispararía su popularidad y le permitiría continuar con su programa de reformas. Ella no se equivocó.
El segundo error inexcusable de Galtieri fue creer que Estados Unidos se mantendría neutral en reconocimiento por los aportes argentinos a su lucha anticomunista en América Central. Washington sabía que si ayudaba al Reino Unido a ganar rápidamente podría obligarlo a devolverle el favor en la única guerra que le importaba al gobierno de Ronald Reagan, que era la Guerra Fría.
Aún más fácil de prever fue el apoyo de la dictadura de Pinochet a Londres, dado que Argentina y Chile tenían en ese momento un conflicto territorial abierto por el Canal de Beagle. Como resumió el entonces senador Joe Biden en una entrevista de la época, para Washington y para buena parte del mundo occidental, Argentina terminó siendo considerado el estado agresor, y quedó sola.
Lo que vino después es historia conocida. La guerra era imposible de ganar, a pesar del heroísmo de los soldados argentinos, muchos de los cuales eran conscriptos sin preparación, que además estaban mal alimentados y pésimamente equipados. Ningún otro hecho afectó tanto como ese las perspectivas argentinas de recuperar las islas, que se convirtieron en una causa nacional para los británicos, cuando antes no lo eran. A eso se suma la animosidad de los klepers, que antes tenían muy buenas razones para querer a Argentina cerca.
Aunque el Brexit abrió una nueva oportunidad, porque le quitó al Reino Unido el respaldo automático del resto de Europa, la política exterior errática de la Argentina sigue haciendo muy difícil que haya progresos en esta lucha histórica. A 40 años de la guerra, las Malvinas siguen cerca, pero muy lejos.