En 2018, Christie colaboró con la New Zealand Rugby (NZR) en una revisión confidencial sobre cómo mejorar la respuesta institucional ante lesiones cerebrales. Sin embargo, en los últimos meses expresó su frustración porque esas recomendaciones nunca fueron publicadas.
En abril de este año, una carta del director ejecutivo de NZR, Mark Robinson, confirmó que las sugerencias se incluyeron en los trabajos internos del organismo, pero no se divulgaron públicamente. Christie cuestionó con dureza esa decisión:
“Demuestra que no quieren que se sepa que no están a la altura de su lema de velar por los intereses y el bienestar de los jugadores”.
“Cada semana hay jugadores que sufren conmociones cerebrales y no lo saben. Todos los equipos tienen múltiples casos al año y estamos subestimando sus efectos”.
La muerte de Christie reaviva el debate sobre la relación entre traumatismos craneales y salud mental en el rugby y otros deportes de contacto. Expertos y familiares de jugadores afectados insisten en la necesidad de mayor transparencia, seguimiento médico independiente y políticas más estrictas para proteger a los deportistas en actividad y a los ya retirados.
Con una carrera que se extendió de 2010 a 2017, Christie dejó una huella no solo dentro de la cancha, sino también fuera de ella: su compromiso público con la investigación y prevención de las secuelas neurológicas del rugby lo convirtió en referente de una lucha que hoy sigue vigente.