El cortisol, con efecto antiinflamatorio, presenta sus niveles más altos en las primeras horas del día y disminuye progresivamente hacia la noche. Al caer este “freno” natural, los mediadores inflamatorios actúan con mayor intensidad, lo que contribuye a que la fiebre se acentúe en la etapa de descanso.
Más allá de la elevación objetiva de la temperatura, la percepción de los síntomas también cambia. Un estudio publicado en 2022 sobre la respuesta al dolor por calor mostró que el umbral de sensibilidad disminuye pasada la medianoche. Esto significa que molestias como escalofríos, dolor muscular o cefalea pueden sentirse más intensos durante la noche, incluso si la diferencia térmica es pequeña.
Cómo influyen los factores ambientales
El entorno doméstico también influye. Dormir en una habitación cerrada, poco ventilada o demasiado cálida puede dificultar la disipación del calor. A ello se suma la costumbre de abrigarse de más con mantas, lo que intensifica la sensación febril. Estas condiciones externas, combinadas con los cambios biológicos, potencian los picos nocturnos.
Desde la biología evolutiva, concentrar la respuesta febril durante la noche pudo representar una ventaja: al estar en reposo, el cuerpo destina más energía a combatir infecciones. Incluso la interrupción del sueño, incómoda pero adaptativa, habría funcionado como mecanismo de alerta frente a situaciones de peligro mientras el organismo estaba debilitado.
Qué hacer para bajar la fiebre
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La fiebre, en general, indica que el sistema inmunitario está actuando. Sin embargo, cuando supera los 38,5 °C, genera mucho malestar o se acompaña de síntomas como confusión, convulsiones o dificultad respiratoria, es recomendable buscar asistencia médica. Para aliviarla, se utilizan antipiréticos como paracetamol o ibuprofeno, siempre bajo indicación profesional. También se aconseja mantener una adecuada hidratación, colocarse paños fríos, usar ropa ligera, ventilar la habitación y evitar el exceso de abrigo.