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"No podemos dar una presa entera de pollo o hacer un bife a la criolla. La verdad es que me gustaría, pero por más que uno quiera dar más, no podemos porque son muchas personas, familias y chicos en situación de calle. Se te rompe el alma. Tenemos, a veces, que estirar la comida para que alcance a 300 vecinos. La demanda es muchísima", se lamenta María. Y confiesa: "Tener el comedor es una alegría y, a la vez, desesperante".
"No queremos vivir del Gobierno. Es muy buena la ayuda, pero no cubre", comenta Beatriz, quien desde el año 2.000 se vio obligada a crecer junto a su familia en el barrio 21-24 por la crisis económica.
El comedor, reconocido como parte del programa del Ministerio de Desarrollo de la Ciudad, recibe mercadería para abastecer 120 raciones diarias. El resto se consigue a base de la autogestión que emprenden las mujeres del "Madre de Teresa de Calcuta" a través de rifas, donaciones, dinero que sale del bolsillo de ellas mismas y las recaudaciones que se generan a partir de las actividades, como la huerta, que se realizan en ese lugar.
"No somos planeros. No tenemos nada, pero damos mucho. Vemos la necesidad día a día, eso nos da fuerzas para gestionar esperanzas para los demás. Es nuestra esencia", cuenta María.
Entonces, reflexiona sobre lo que sucede dentro de "la 21-24". "Acá tenemos ilusión, esperanza, ganas de salir adelante y de que nuestros hijos estudien. Que nos acepten tal como somos: villeros. En la villa no hay solamente delincuencia y droga, también hay gente laburante", responde.
Beatriz, por su parte, arguye: “No se ve la necesidad y la garra que le ponemos día a día. Tenemos chicos universitarios; somos de Capital Federal como todos. El tema es que nos valoren, que no nos tengan miedo y que se rompa esa barrera".
Planes para Navidad y Año Nuevo
Mientras la tarde se desvanece lentamente, el movimiento de las ollas no se detiene y María comparte sus planes para Navidad y Año Nuevo: "Vamos a hacer una cena especial con pollo al horno y ensalada rusa, además de ensalada de frutas y gelatina de postre", relata. Y detalla: "Para el 24 de diciembre, al mediodía, vamos a entregar chocolatada fría, pan dulce y garrapiñadas".
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"No conocía lo que era una villa"
Antes de desembarcar en la 21-24, María trabajaba en una "importante" fábrica textil. "Hasta ese entonces, no conocía lo que era una villa", aclara. Antes del estallido de 2001, las cuentas y el alquiler de la casa se hicieron imposibles de pagar para su marido y ella. Los sueldos no alcanzaban y, hasta en más de una oportunidad, tuvo que volver del banco con las manos vacías cuando los cheques salían rebotados.
"Nuestra primera casita fue una casilla de 4 x 4", recuerda. Y sigue: "Cocinábamos a leña, teníamos que usar un pozo ciego de baño y no nos quedó otra que salir a cartonear. Fue una pesadilla, una etapa de mucho dolor y amargura. Mis hijos sufrieron mucho".
Ante la necesidad, recorrieron comedores. Allí hubo un antes y un después. "Un día vi llorar a uno de mis hijos porque no le querían dar más alimento. Ahí me propuse tener un comedor para que a nadie más le pase. Y así fui haciendo mi camino. Cuando uno toco fondo, sabe de la necesidad y el sufrimiento", rememora.
Con el tiempo a María la eligieron como delegada de la manzana 4 en Loma Alegre en el barrio 21-24. Desde allí, además del comedor, impulsó que se mejore el acceso a las calles, luminaria y el agua potable, una problemática que hasta el día de hoy la desvela.
"Hay momentos en los que el comedor no puede funcionar por falta de agua", dice mientras exhibe uno de los pequeños sachet que reciben en este sitio para sobrellevar la situación. "Ahora se está haciendo una obra de emergencia, algo paliativo. Esperamos tener una solución ante semejante necesidad. Una parte del barrio tiene agua, la otra no", muestra.
María comenta, además, que los problemas se agravaron durante la pandemia y el comedor siguió trabajando sin parar ante la creciente llegada de personas que cayeron en la marginalidad. "Tuvimos mucho miedo, muchos compañeros y vecinos que fallecieron", se entristece María, que estuvo dos meses internada en grave estado luego de contagiarse de coronavirus.
Una vez recuperada, le recomendaron permanecer en su casa, pero la necesidad de la gente la empujó a volver. "Estoy acá porque Dios quiso. Un día María va a morir, pero acá hay mujeres autogestionadas que van a seguir. Si me tengo que ir que sea en la lucha, con lo que me gusta. Este es el motor de mi vida, no lo cambiaría por otra cosa", sostiene mientras piensa en la cena con la que se celebrarán las Fiestas en el asentamiento más poblado de la Capital Federal.