Durante esa hazaña, alcanzó una velocidad de más de 1.100 km/h, superando la velocidad del sonido sin asistencia mecánica. El salto fue posible gracias a un globo lleno de helio que tardó poco más de dos horas en ascender hasta una altitud incluso mayor a la prevista.
Los primeros cuatro minutos y medio de caída libre los hizo sin paracaídas, que recién abrió a 1.500 metros del suelo. La maniobra rompió tres récords mundiales en simultáneo y consolidó su figura como leyenda de los deportes extremos.
¿Qué otros desafíos había enfrentado en su carrera?
Mucho antes de conquistar la estratósfera, Baumgartner ya había llamado la atención del mundo por sus misiones extremas. En 2003 cruzó el Canal de la Mancha en caída libre —unos 35 kilómetros entre Inglaterra y Francia— usando un traje de alta tecnología con alas de fibra de carbono, tanque de oxígeno y protección contra temperaturas de hasta -40ºC.
Además, tenía en su historial el récord del salto BASE más bajo de la historia, desde la icónica mano del Cristo Redentor en Río de Janeiro.
A lo largo de su carrera, se caracterizó por desafiar los límites de la física, el cuerpo humano y la tecnología. Sus hazañas no solo impresionaban por lo visual, sino también por el nivel de planificación científica y riesgo que implicaban.
¿Qué impacto tuvo su legado en el deporte y la ciencia?
Baumgartner fue mucho más que un paracaidista temerario: trabajó codo a codo con ingenieros, médicos y físicos para llevar adelante sus desafíos, especialmente el salto desde la estratósfera, que también aportó información valiosa para estudios aeroespaciales.
Su capacidad para combinar coraje, disciplina y tecnología lo convirtió en un referente no solo para deportistas extremos, sino también para el desarrollo de nuevas fronteras humanas.
Hoy, tras su muerte, el mundo lo recuerda como el hombre que se atrevió a saltar desde donde nadie lo había hecho antes.