Cuando ellas hablaban, nadie podía comprenderlas.
Cuando ellas hablaban, nadie podía comprenderlas.
June y Jennifer Gibbons, conocidas popularmente como las “gemelas silenciosas” fueron inseparables y solo se comunicaban en una lengua específica que habían desarrollado juntas.
Vinieron al mundo el 11 de abril de 1963, en Aden, Yemen, donde su padre, Aubrey, nacido y criado en Barbados, se desempeñaba como técnico para la Real Fuerza Aérea Británica. En 1974, la familia Gibbons fue trasladada al sudoeste de Gales, a un pequeño pueblo llamado Haverfordwest, donde empezaron a vivir un verdadero infierno.
Es que cuando comenzaron la escuela en Gales, fueron el blanco perfecto del acoso escolar, lo que las separó aún más del resto. El bullying que sufrieron dejaría en las hermanas huellas imposibles de borrar. "La gente nos insultaba. Éramos las únicas chicas negras se la escuela. Nos tiraban del pelo. Fue terrible", confesaría June tiempo después.
En ese pueblo de Gales, las gemelas se veían obligadas a abandonar la clase antes de tiempo para no sufrir las burlas de sus compañeros a la salida de la escuela. Durante este tiempo, su lenguaje se volvió más extravagante y se convirtió en indescifrable para el resto del mundo. Era una mezcla de la lengua inglesa con una jerga de Barbados que hablaban de una manera muy acelerada. Un día, hasta dejaron de comunicarse con sus padres. La conexión con la realidad era nula.
El caso de las gemelas despertó mucho interés en la prensa. Por eso Marjorie Wallace, reportera entonces de The Sunday Times, estableció una gran relación con las gemelas y fue la encargada de escribir la biografía de las Gibbons bajo el título “Las gemelas que no hablaban”.
Wallace fue una de las pocas personas que lograron llegar al corazón de las gemelas y fue testigo permanente de las vivencias de las Gibbons. Ella supo del secreto más íntimo de las gemelas. Según Wallace, Jennifer le confesó que entre las hermanas habían pactado que una de las dos debía morir para que la otra continúe su vida libremente
Las dos hermanas, que se dedicaron a escribir novelas y dejaron registrada en sus diarios la relación de amor y odio que llevaban entre ellas, terminaron internadas en una institución para criminales psiquiátricos por 11 años. ¿Los motivos? Una serie de incendios y delitos contra la propiedad.
En la Navidad de 1979, su madre Gloria les regaló dos cuadernos rojos para que escribieran sus respectivos diarios y allí volcaron su vocación literaria y sus íntimas historias sobre su verdadera relación.
Su desconexión comunicativa con el resto de la humanidad no era lo más sorprendente de las hermanas. Muchos usaban la palabra “zombies” para definir su comportamiento. Ambas hacían los mismos movimientos, como si estuvieran poseídas, y eran prácticamente indistinguibles.
Muchos médicos se encargaron de entablar comunicación con las hermanas, o al menos entender qué pasaba por su cabeza, pero las dos ignoraban por completo. A los 14 años, las hermanas fueron separadas en distintas escuelas para fomentar su socialización. Sin embargo, esa acción resultó no fue del todo buena. Porque cuando no estaban juntas, ellas entraban en estado catatónico.
Al no existir forma de comunicarse con ellas, las gemelas terminaron pasando tiempo en su habitación. Allí estuvieron mañanas, tardes y noches perfeccionando su extraña relación. Pero también usaron ese tiempo para escribir, algo que era parte de sus pasiones. Era la única actividad que realizaban por separado.
Sus diarios son la única forma de saber qué estaba pasando por su cabeza y las frases son escalofriantes.
“Esta hermana mía es una sombra negra que me está robando la luz del sol, es mi único tormento. Nadie sufre como yo”, apunta June en su diario.
Mientras que Jennifer, que nació 10 minutos después, veía a su hermana mayor como alguien más capacitada en todos los sentidos. La percibía más fuerte y más ingeniosa. Y June sentía la envidia de su hermana menor: “Ella quiere que seamos iguales. Hay un brillo asesino en sus ojos. Querido Dios, tengo miedo de ella. No es normal, alguien la está volviendo loca. Soy yo. Me pregunto a mí misma si puedo deshacerme de mi propia sombra, si es posible o imposible. Sin mi sombra, ¿moriré? Sin mi sombra, ¿obtendré una vida?".
¿Cuál era la verdadera relación de las hermanas? ¿En qué se basaba su vínculo? Es imposible encontrar esas respuestas.
En su diario, Jennifer escribía: “Nos hemos convertido en enemigos mortales”. Sus diarios no fueron el único medio en que las gemelas expresaron sus preocupaciones. Ambas representaron desde pequeñas obras de teatro con sus muñecos. También comenzaron a escribir novelas.
Las hermanas trataron por todos los medios de publicar sus historias en revistas, y enviaron sus textos a muchas editoriales, pero solo llegaron a autoeditar sus libros. Pepsi-Cola Addict, obra de June, trata sobre un adolescente que es seducido por su profesor y enviado a un reformatorio donde tiene que combatir el acoso de un guardia homosexual.
En The Pugilist, de Jennifer, un médico trata de salvar la vida de su hijo y para ello mata al perro de la familia para trasplantar su corazón. El espíritu del perro vive en el niño y, al final, se venga del padre. También de Jennifer es Discomania, la historia de una joven que descubre que la atmósfera de una discoteca de su pueblo inclina a los jóvenes a cometer actos violentos.
Como sus obras literarias no fueron como ellas esperaban, las gemelas buscaron otra forma de llamar la atención y se dedicaron a robar, intentaron asfixiarse mutuamente y provocar incendios, una actividad que acabó con ellas sentadas en el banquillo.
El juez sentenció que sus conductas eran peligrosas para la sociedad y las envió a una prisión psiquiátrica de alta seguridad, donde fueron diagnosticadas con esquizofrenia. Durante su estancia en el hospital, comenzaron a creer una de las dos tendría que quitarse la vida. Las gemelas permanecieron encerradas en el Hospital Broadmoor durante 11 años. En ese contexto, siguieron escribiendo sus diarios. Durante su estadía, se turnaban para comer. Los enfermeros las castigaban separándolas en celdas distintas, y en extremos opuestos del hospital. Ahí fue cuando ambas empezaron a comunicarse con otras internas, con el personal del hospital y parte de su familia.
Durante su estancia en el hospital, comenzaron a creer que, necesariamente, una de las dos tendría que quitarse la vida y, después de discutir durante mucho tiempo, llegaron a la conclusión de que debía ser Jennifer, la hermana pequeña, la que se sacrificara. “Marjorie, voy a tener que morir”, le dijo Jennifer a la periodista. Cuando Wallace le preguntó por qué, su respuesta fue clara: “Porque lo hemos decidido”.
Según la periodista Wallace, las chicas tenían un pacto. Si una moría, la otra debía comenzar a hablar y vivir una vida normal.
En marzo de 1993, las gemelas, que tenían 29 años, fueron trasladadas a la Clínica Caswerl, un hospital mental de menor seguridad en Gales. Cuando llegaron allí, Jennifer no se despertaba. Los médicos la declararon muerta dos horas después. ¿La causa? Miocarditis aguda, una inflamación repentina y letal del corazón. Nadie supo por qué murió Jennifer. Según June, Jennifer simplemente colocó la cabeza sobre su hombro, tomó su último aliento y le dijo: “Por fin estamos fuera”.
Wallace visitó a June hace unos años. “Por fin soy libre”, le dijo. “Al final, Jennifer ha dado su vida por mí”.
Ahora June lleva una vida normal. Todos los jueves visita la tumba de su hermana. Habla con la gente, sonríe y se relaciona con su comunidad. Desde 2008 dejó de recibir atención psiquiátrica y vive en su propia casa, cerca de sus padres, en el oeste de Gales.
"Una vez fuimos dos. Las dos éramos uno. No fuimos más dos. Solo una a través de la vida. Descansa en paz". Este es el poema que se puede leer en la lápida de Jennifer Gibbons. Su hermana gemela, June, lo escribió para despedirse de la que fue durante décadas su única oyente.