Una central dividida y sin rumbo claro
El paro expone las fisuras internas de la CGT, que intenta mantener el equilibrio entre la confrontación abierta y la negociación silenciosa. Gremios dialoguistas temen que una pelea frontal con el Gobierno, haga al Gobierno redoblar la apuesta y acelerar reformas inconvenientes (para sus afliados o para sus cajas sindicales) que afecten su estabilidad como líderes gremiales. Otros, en cambio, insisten en endurecer la postura desde el arranque. Pero todos saben que el poder de fuego no es el de antes.
Un sindicalista lo resumía con brutal honestidad: "Antes decíamos paro y se paraba. Ahora hay que remar muchísimo para que salga". La alta informalidad también juega e impide una adhesión masiva. La distancia entre las cúpulas gremiales y los trabajadores reales es cada vez más evidente.
Barrionuevo, el disruptivo
Luis Barrionuevo volvió al centro de la escena pidiendo una renovación total de la conducción cegetista. Según dicen en su entorno, él advirtió que cada vez es más complicado parar.
"Luisito" había participado de un almuerzo en el Sindicato de Obreros de Maestranza de la República Argentina (SOMRA), con unas 22 organizaciones sindicales para analizar "la grave situación por la que atraviesan los trabajadores y acerca del paro general". En aquel momento varios de ellos pidieron el paro y movilización de 36 horas.
Sin embargo, cerca de Barrionuevo aclararon que él quedó al margen de eso. E incluso ironizó sobre la magnitud del pedido. “El próximo tiene que ser de 48 horas con toma de rehenes”, planteó.
Mientras la movilización del 9 de abril pasó casi desapercibida, son varios sindicalistas los que quieren recuperar protagonismo en un mapa sindical que parece a la deriva.
Un dirigente se sorprendía al ver que mucha gente creía que el paro era solo del transporte. Una muestra más del desgaste simbólico de la central obrera, que no logra instalar sus consignas ni explicar su propio conflicto.
Milei y la táctica del ninguneo
Desde la Rosada repiten que se trata de una protesta “política”. Obviamente, todo paro es político. Pero también lo es el vaciamiento de las instancias de diálogo, una estrategia deliberada del Gobierno libertario. Guillermo Francos y Santiago Caputo abrieron alguna puerta, pero no hay vínculo con el secretario de Trabajo, Julio Cordero , un hombre del riñón empresarial.
El Gobierno dice con orgullo que recibió tres paros en tiempo récord. También es la gestión que más rápido ignoró al sindicalismo como actor institucional. En ese juego de desprecios mutuos, el que pierde capacidad de daño es el gremialismo que queda expuesto cuando sus medidas no son lo contundentes que solían ser.
Peronismo en tensión (y expectativa)
A la CGT no solo la tensiona Milei. La interna entre Cristina Kirchner y Axel Kicillof obliga a definiciones incómodas. La UOM ya tomó partido: su líder Abel Furlán pidió "unidad o Milei". Kicillof cerró el congreso metalúrgico con una línea similar. ¿Es una señal de sintonía? Los gremios más combativos de la CGT insisten en que no se puede estar ni de un lado ni del otro.
Mientras tanto, el peronismo busca aire. Y cree haber encontrado uno. La votación en Diputados para crear una comisión investigadora por el criptogate fue una señal. “Escuchen de nuevo a Pichetto”, sugieren algunos referentes, entusiasmados con un posible cambio de clima político.
La adhesión al paro será dispar, como siempre. Pero los gremialistas creen ver otra señal: “Los que no pararon, esta vez al menos no nos putearon. Es un avance”, confesó uno de ellos ante A24.com.
La frase es una postal brutal del presente sindical. La CGT juega su propia parada. Y la moneda, todavía, está en el aire.