CIENCIA

Estrellas, planetas y despedidas: qué se puede ver en el cielo durante las noches de fin de año

Diciembre ofrece uno de los cielos más ricos del año en el hemisferio sur. Constelaciones emblemáticas, planetas visibles a simple vista y lluvias de meteoros convierten las noches de fin de año en un espectáculo astronómico que suele pasar inadvertido.

Estrellas, planetas y despedidas: qué se puede ver en el cielo durante las noches de fin de año

Mientras las mesas se llenan, los balances se acumulan y el reloj se acerca a la medianoche, sobre nuestras cabezas ocurre algo que pocas veces entra en la conversación familiar: el cielo de diciembre es uno de los más interesantes del año. Lejos de ser un simple telón de fondo, las noches de fin de año ofrecen una combinación única de estrellas brillantes, constelaciones clásicas y planetas visibles sin telescopio.

La astronomía no marca el cambio de calendario, pero sí define el contexto cósmico en el que despedimos el año.

Diciembre coincide con el solsticio de verano en el hemisferio sur, lo que implica días muy largos y noches cortas. Esa reducción de horas de oscuridad limita el tiempo de observación, pero no le quita calidad al espectáculo. Al contrario: el cielo veraniego se caracteriza por estrellas más brillantes y constelaciones fácilmente reconocibles.

Además, el calor invita a mirar hacia arriba. A diferencia del invierno, observar el cielo en diciembre no requiere abrigo ni largas esperas, lo que convierte a estas noches en una oportunidad ideal para la observación casual.

Constelaciones protagonistas del fin de año

Una de las figuras más destacadas del cielo estival es Orión, visible hacia el este al anochecer. Aunque suele asociarse al invierno en el hemisferio norte, en el sur aparece en los meses cálidos y se reconoce fácilmente por su cinturón de tres estrellas alineadas.

Muy cerca se encuentran Can Mayor y Can Menor, donde brilla Sirio, la estrella más luminosa del cielo nocturno. Su intensidad y parpadeo la convierten en una de las primeras en llamar la atención incluso para quienes no suelen mirar las estrellas.

También se destacan Tauro, con la rojiza Aldebarán, y las Pléyades, un cúmulo estelar visible a simple vista que suele confundirse con una “mini constelación” por su agrupamiento compacto.

El cielo del sur: joyas exclusivas del hemisferio austral

Para quienes observan desde Argentina, el cielo tiene un valor agregado: la presencia de constelaciones australes que no pueden verse desde gran parte del planeta. La más emblemática es la Cruz del Sur, visible durante buena parte de la noche en diciembre y utilizada históricamente como referencia de orientación.

A su alrededor se extiende una de las zonas más densas de la Vía Láctea, con gran cantidad de estrellas, cúmulos y nubes interestelares. En noches despejadas y alejadas de la contaminación lumínica, la franja lechosa de la galaxia se vuelve especialmente visible durante el verano.

Planetas visibles: luces que no titilan

Otro atractivo del cielo de fin de año son los planetas. A diferencia de las estrellas, los planetas brillan con luz constante y no titilan, lo que permite identificarlos fácilmente.

Dependiendo del año, Júpiter y Saturno suelen ser protagonistas durante diciembre. Ambos pueden verse a simple vista poco después del atardecer, destacándose por su brillo y posición estable en el cielo. Venus, cuando está visible en esta época, suele hacerlo como “estrella vespertina”, cerca del horizonte al anochecer.

Aunque no todos los años ofrecen la misma configuración planetaria, diciembre suele regalar al menos uno o dos planetas bien visibles sin necesidad de instrumental.

Lluvias de meteoros: estrellas fugaces de despedida

Diciembre también es conocido por albergar algunas lluvias de meteoros activas. La más destacada es la de las Géminidas, que alcanza su pico a mediados de mes y es considerada una de las más intensas del año.

Aunque su máximo no coincide exactamente con Navidad o Año Nuevo, durante varias noches pueden observarse meteoros aislados que cruzan el cielo de manera repentina. Ver una estrella fugaz en diciembre no es raro y, para muchos, se convierte en un ritual espontáneo de cierre de ciclo.

Paradójicamente, el cielo más generoso del año suele ser uno de los menos observados. Las fiestas, el cansancio acumulado y la vida urbana conspiran contra el hábito de mirar hacia arriba. A eso se suma la contaminación lumínica, que reduce drásticamente la visibilidad de estrellas en las grandes ciudades.

Sin embargo, basta con alejarse unos kilómetros del centro urbano o apagar las luces por unos minutos para descubrir que el cielo de diciembre sigue ahí, funcionando con la misma precisión que hace miles de años.

El calendario cambia por convención humana, pero el cielo no acompaña ni se detiene. Mientras brindamos, la Tierra sigue girando, los planetas continúan su recorrido y la luz de estrellas lejanas llega con miles de años de retraso.

Tal vez por eso mirar el cielo en fin de año tenga algo de gesto simbólico: recordar que, más allá de los balances personales, formamos parte de un ciclo mucho más grande. Y que, incluso en medio del ruido de las fiestas, el universo sigue ofreciendo su espectáculo silencioso.