Dormir con luz no siempre es una rutina consolidada. En muchas personas, se trata de una conducta transitoria, adoptada durante periodos de mayor sensibilidad emocional, cambios de vida, estrés o enfermedad. En estos casos, la luz cumple un rol de contención que desaparece cuando la situación de vulnerabilidad cede.
Cómo afecta el sueño dormir con la luz encendida
La melatonina, conocida como la "hormona del sueño", es producida por la glándula pineal cuando disminuye la luz natural. Su función es señalar al organismo que es momento de descansar. Sin embargo, la exposición a luz artificial durante la noche, en especial la luz azul emitida por pantallas o luces LED, interfiere en su producción.
Estudios publicados en The Journal of Clinical Endocrinology & Metabolism revelan que incluso una iluminación tenue puede reducir significativamente los niveles de melatonina, alterar la frecuencia cardíaca y afectar el metabolismo. Estos efectos impactan directamente en la calidad del sueño y pueden aumentar el riesgo de enfermedades crónicas.
El cuerpo humano regula sus funciones biológicas a través del ritmo circadiano, un ciclo interno de aproximadamente 24 horas que depende principalmente de la exposición a la luz. Cuando se duerme con luz encendida de forma habitual, este reloj biológico puede desincronizarse.
Las consecuencias de este desajuste pueden incluir:
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Sueño superficial, con menor descanso reparador.
Fatiga durante el día.
Mayor riesgo de síntomas depresivos (American Journal of Epidemiology).
Aumento de peso corporal por alteraciones hormonales.
Reducción del rendimiento cognitivo, que afecta la atención, la memoria y el estado de alerta.
Cómo modificar el hábito de dormir con la luz prendida
Cuando dormir con la luz encendida se convierte en una rutina frecuente, modificarla puede requerir un enfoque progresivo y consciente. El cambio no debe ser abrupto, sobre todo si el hábito cumple una función emocional. En estos casos, se recomienda:
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Reemplazar la luz intensa por una iluminación tenue y cálida, preferentemente de tonos ámbar o rojo. Estas luces afectan en menor medida la producción de melatonina y pueden mantener cierta sensación de seguridad.
Incorporar rutinas de transición antes de dormir, como leer, escribir, practicar respiración profunda o realizar estiramientos suaves. Estas actividades ayudan a reducir la ansiedad y preparan al cuerpo para el descanso.
Evitar el uso de pantallas (celulares, televisores, tablets) al menos una hora antes de acostarse, ya que emiten luz azul, la más perjudicial para el sueño.
Usar temporizadores o lámparas con apagado automático, que permiten comenzar la noche con luz pero entrar en fases más profundas de sueño en oscuridad total.
Crear una sensación de seguridad desde otras fuentes: mantener la habitación ordenada, cerrar puertas, evitar ruidos molestos y, si es necesario, usar elementos como antifaces o tapones para lograr mayor confort. Por el contrario, una música relajante también puede contribuir con el descanso.
Consultar a un profesional si el hábito está relacionado con ansiedad intensa, insomnio crónico o situaciones emocionales no resueltas. Abordar el origen puede ser clave para lograr un descanso más natural y reparador.