El segundo cambio más común en el patrón de sueño experimentado por el 20 por ciento de su muestra fue el de “sueño perdido y fragmentado”. El experto explicó que los individuos que experimentaban este patrón se iban a la cama más tarde y pasaban menos tiempo en la cama intentando dormir. En esencia, su sueño era restringido, de menor calidad y era menos probable que lo compensaran con siestas. Las mujeres eran más propensas a experimentar este patrón que los hombres.
Aproximadamente, uno de cada diez individuos tendía a ser “oportunista del sueño”. Petrov indicó que se trataba de individuos que habían restringido significativamente las oportunidades de sueño antes de la pandemia y que luego, durante la pandemia, pasaron mucho más tiempo en la cama y tuvieron la mayor duración del sueño en comparación con cualquiera de los otros perfiles. Desgraciadamente, a pesar de dormir mejor, estos individuos también informaron del mayor cambio en sus rutinas diarias, lo que se asoció con una menor probabilidad de tener un empleo y un mayor estrés y discordia familiar.
Por último, el perfil de patrón de sueño menos común fue el patrón “desregulado y angustiado”, experimentado por el 5 por ciento de su muestra. Petrov señaló que estas personas presentaban el peor deterioro del sueño, con un aumento de las pesadillas y las siestas, y tenían la mayor gravedad de los síntomas de insomnio.
El experto explicó que estos cuatro perfiles nos indican que las respuestas agudas a una pandemia dependen en gran medida de los antecedentes de sueño, el género y otros factores domésticos, lo que puede informar a los médicos y a los profesionales de la salud pública para que identifiquen mejor los grupos de riesgo y personalicen potencialmente las intervenciones de salud conductual del sueño.