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Agroecología: ¿Cómo empezó el camino en Piraí?
Cada agosto los problemas aumentaban: el polen de los eucaliptos en flor se posaba sobre los muebles, la ropa colgada, las ollas de la cocina, cuenta Nelly. A muchos de los pobladores respirar ese aire les era difícil: las plantaciones estaban a metros de las viviendas. "Era un mar de pinos. No teníamos tierra", dice Nelly.
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Los relatos se repetían, cuenta. "Las vecinas notaban que sus hijos tenían alergias de piel, problemas respiratorios, hasta enfermedades en los huesos que derivaban en problemas de crecimiento y malformaciones. Entre los adultos también pasaba, incluso casos de cáncer".
Eso que empezó en charlas entre las pobladoras, con el tiempo se amplió. "Íbamos a los municipios, a los ministerios. Reclamábamos por la salud. Pero fuimos notando que éramos campesinos sin tierra. Y los efectos que generaban los agrotóxicos que aplicaba la empresa", cuenta Nelly.
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Cómo cambió el medio ambiente cuando se instaló la empresa
Con la llegada de Alto Paraná, como se llamaba la compañía cuando se instaló en el lugar, en 1996, el paisaje cambió: se llenó de plantaciones forestales. La vida de la zona, también. Las escuelas, las salitas sanitarias que había en las distintas colonias próximas a la ex ruta 12 empezaron a cerrar, una a una.
"La empresa empezó a comprar terrenos a las familias por precios muy bajos", dice Nelly. "Eran gente en situación de vulnerabilidad. Desde la fábrica nos decían que los barrios que estaban afincados iban a desaparecer. Nos venían a asustar. Fue un desalojo indirecto".
Los habitantes del km 18, una de las colonias que persistían, querían arraigarse en ese territorio. Y la organización creció. En 2013 lograron la ley provincial que instaba a Arauco a devolver 600 hectáreas de las que habían comprado a las familias locales.
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Qué pasó con las tierras que obtuvieron por ley
A 9 años de que entró en vigencia la ley no termina de cumplirse. La empresa Arauco aún no les devolvió ni la mitad de las tierras que indica la norma: les falta entregar 434 hectáreas.
Mientras tanto, 76 familias crearon la cooperativa Productores Independientes de Pirán (PIP). Ya son 110 las que viven del trabajo en las hectáreas recuperadas. Cada uno aporta en una zona de trabajo colectivo y cuenta con una hectárea de cultivo donde arman chacras para producir los alimentos que consumen.
Además de las plantaciones la cooperativa está recuperando el suelo. Parte de lo que les devolvieron no puede usarse por las malas condiciones en las que quedó tras recibir los agroquímicos. "En lugares había humedales, bañados y vertientes. Las especies autóctonas están volviendo porque reforestamos con plantas nativas. Así que también cambió el paisaje", explica Nelly.
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Cómo es la vida de Nelly
Hoy Nelly vive junto a sus dos perros. Enfrente está su casa de sus tíos que también cultivan la tierra. "En casa hablamos guaraní, mi familia es de origen paraguayo", cuenta Almeida, que además es docente y da talleres de arte y títeres para los chicos de la zona.
Durante las mañanas, además de cosechar las hierbas, sacan las malezas y aplican purines, preparados naturales que usan para evitar plagas. Con esas hierbas además producen cremas, ungüentos y tinturas madre que después comercializan.
Junto con otras mujeres Nelly forma parte de las un equipo de promotoras que aborda otro tema que atraviesa a su comunidad: la violencia de género.
"Fue muy difícil abordar una lucha feminista acá al principio. Pero nos fuimos dando cuenta de que nuestras compañeras lo vivían. Y que debían capacitarse sobre las distintas violencias: física, psicológica y económica", dice Nelly. Ahora ellas sueñan con armar un refugio para las mujeres que no tienen cómo irse de sus hogares.
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