Emocionante

Deliberaciones sobre un dolor de cabeza que lleva 35 años

Diego Geddes
por Diego Geddes |
Deliberaciones sobre un dolor de cabeza que lleva 35 años

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Lunes 

El primer recuerdo que tengo de un dolor de cabeza: estoy tirado en el sillón de mi casa de Alvarado 576. Debo tener cuatro o cinco años, no más que eso. El cálculo lo hago en base a mi tamaño, lo que ocupo de ese sillón de terciopelo bordó. Es un sillón de tres cuerpos y yo ocupo uno de esos cuerpos.

Literalmente, soy un cuerpo.

Creo que escucho mi voz, me duele la cabeza, en los ojos, digo. Desde ahí hasta hoy, que tengo 39, cuántos dolores de cabeza habré tenido? Nunca escribí sobre el tema pero lo pensé mil veces. Historia de la Migraña. Me imaginé bestseller, dando conferencias de prensa, presentaciones y giras por el mundo. La realidad es que no escribí un solo párrafo.

El recuerdo viene porque estoy en Bahía, acompañando a mi vieja. El sillón bordo ya no está. Entre el arsenal de medicamentos que tiene mi vieja para el cáncer no hay Ibupirac, mercadería básica para combatir mis habituales migrañas. Hay no menos de 40 o 50 pastillas, analgésicos, psicofármacos varios, pero no hay un puto Ibupirac.  

Martes

La garantía de mi auto ya no corre. Me entero porque me llaman de un callcenter para ofrecerme la extensión. Si pago 1700 pesos por mes durante un año me aseguro la cobertura ante cualquier problema. No acepto la propuesta, decido arriesgarme y confiar en la mecánica de mi auto, aunque la vendedora decide avanzar con la psicopateada: “Usted está seguro que no va a tener inconvenientes con su auto, que tiene repuestos importados, Mire que el costo subió mucho en el último tiempo?”. Dudo pero me mantengo firme. Casi por default uno tiende a rechazar cualquier producto que le ofrecen por teléfono.

Le deseo suerte con su auto, ojalá no tenga que afrontar ningún desperfecto, me dice la vendedora. La muy hija de puta. Gracias. Ojalá no te pise un colectivo cuando salgas de tu trabajo. No se lo digo porque todo lo genial siempre se te ocurre más tarde.

Estoy seguro de que el capitalismo no funciona así en todos lados. Se mezcla lo peor del capitalismo con lo peor de la siempre mal valorada picardía y astucia argenta. ¿Cómo serán los vendedores de call center en Suecia? ¿Cómo es que alguien acepta y normaliza las reglas de un trabajo tan miserable?

Miércoles 

¿Dónde estará el sillón bordó que estaba en el living de mi casa? De repente la pregunta se me hace imprescindible. Un sillón, por más viejo que sea, no termina triturado como pasa con los autos, que se vuelven chatarra. Alguien lo debe estar usando. No llego a comprenderlo del todo, quizás no debiera escribirlo hasta no tenerlo elaborado, pero ese sillón tiene algo masculino. Quizás sea el color, o una incomodidad que expulsaba a cualquiera que se sentara allí. Quizás dejó de estar en mi casa cuando mis viejos se separaron. 

Jueves 

Voy en un taxi y veo una pintada, sobre la calle Dorrego. “Me hago la paja en el laburo”. Casi le digo al taxista que pare, que me espere para sacarle una foto y mandarla al grupo de amigos. Algo me detuvo, una voz interna que me dictó: “Diego, tenés 40 años casi, como vas a parar para esa boludez”. Igual un poco me arrepiento: nos deconstruimos, pero el último refugio del machirulismo está en los grupos de Whatsapp.

En la casa de mi vieja tampoco hay shampoo. La cabeza no se trata, ni afuera ni adentro.

Escucho atento lo que me cuentan dos compañeras de laburo que estuvieron recorriendo redacciones en Estados Unidos. Me ilusiono con el periodismo de calidad, con los contenidos, con el futuro. Me lleno de entusiasmo. En un momento de la charla, una de ellas habla de un “issue” (léase “ishu”) y ahí mismo se arma una pausa, una problema de traducción. “Un ishu sería como…” y mi mente, tan compenetrada con el periodismo de calidad, con el futuro, con las audiencias, con la evolución, con hacer cosas nuevas, mi mente estúpida, tan estúpida, tan infantil, cuando escucha “un ishu sería como…” completa esa boludez: Un ishu es como un gatito. No lo digo, elijo preservarme de la vergüenza. Elijo escribirlo acá como una forma de salvataje. 

Viernes

Una compañera de la redacción sufre migrañas. Tiene un médico que le hace anotar en una planilla cada vez que tiene un ataque, para ver la periodicidad y la frecuencia de los episodios. Envidio esa prolijidad y ese método.

Cuando escribo esto recuerdo que inicié el cronómetro para ver cuanto tardaba en el subte, de mi casa al trabajo. Detengo el cronómetro a las 8 horas, 31 minutos, 57 segundos. 

Si tuviera que definir mis dolores de cabeza diría esto: no son dolores de cabeza, son dolores sobre la parte superior de los ojos. Quisiera agarrar una Gillete y raspar esa parte superior, como quien unta manteca sobre un pan. Arrastrar ese sobrante que es el dolor. Se lo expliqué muchas veces a los médicos pero dicen que no hay mucho por hacer, es una condición que viene de fábrica. Raspar el dolor. 

 Camino apurado entre las redacciones de América: se me vino a la cabeza “el lunes” que quiero escribir. No puedo tipearlo en una nota, busco la manera de automandármelo con un audio. Grabo mi propio teléfono en la agenda y me busco en Whatsapp, pero no estoy.