Lejos de centrarse únicamente en la infraestructura, Brambati también abrió el debate sobre la percepción social del tiempo y la velocidad. En ese sentido, señaló que uno de los argumentos más comunes en contra de la reducción del límite es el supuesto incremento en la duración de los viajes, una preocupación que, según él, no tiene fundamento real. “Desde CESVI venimos trabajando en investigaciones para ver cuánto tiempo perdés a 110 en relación a ir a 130, y no es cierto que se llegue mucho más tarde”, afirmó. Los estudios revelan que la diferencia es mínima, especialmente en horarios de tránsito denso, donde las velocidades reales suelen verse condicionadas por la congestión.
La discusión sobre la velocidad máxima no es nueva, pero tomó una relevancia especial luego de los últimos cambios implementados en la Autopista del Oeste. A principios de este mes, la Agencia Nacional de Seguridad Vial (ANSV) y la concesionaria del corredor acordaron reducir la máxima permitida de 130 a 110 km/h en todo el tramo que conecta la Ciudad de Buenos Aires con el partido de Luján, una zona donde se habían registrado numerosos siniestros vinculados al exceso de velocidad. Las autoridades confirmaron que la medida forma parte de un plan integral para disminuir la siniestralidad en rutas y autopistas, y que se complementa con controles móviles, radares fijos y una mejora significativa en la señalización, tanto vertical como luminosa.
En distritos densamente poblados como Morón, Ituzaingó, Hurlingham y Moreno, la llegada de la nueva normativa implicó además una revisión del comportamiento del flujo vehicular y de los tiempos de tránsito. Desde la ANSV subrayaron que estos corredores atraviesan áreas urbanizadas donde la combinación de altos volúmenes de tránsito, accesos laterales y maniobras imprevistas aumenta las posibilidades de accidentes cuando los vehículos circulan a velocidades excesivas. En este sentido, la unificación de límites a 110 km/h busca no solo reducir la gravedad de los siniestros, sino también mejorar la convivencia vial entre autos, motos, camiones y transporte público.
Los especialistas coinciden en que la percepción de seguridad al conducir a mayores velocidades suele ser engañosa, especialmente en autopistas amplias y rectas como Panamericana. La sensación de control absoluto que experimenta el conductor puede llevarlo a subestimar factores como la distancia de frenado, las condiciones climáticas, el estado del pavimento o la maniobra de un tercero. Conducir a 130 km/h, explican, aumenta exponencialmente el riesgo, ya que cualquier imprevisto requiere tiempos de reacción y márgenes de maniobra que los sistemas actuales no siempre pueden garantizar.
La decisión de ajustar el límite a 110 km/h también se enmarca en una tendencia global que busca reducir la cantidad de muertes en el tránsito. Diversos países de Europa, por ejemplo, han modificado sus legislaciones en la última década, estableciendo límites más estrictos en autopistas cercanas a zonas urbanizadas y acompañando esa política con campañas de concientización y educación vial. Aunque Argentina aún se encuentra lejos de los estándares internacionales en términos de infraestructura y control, las autoridades consideran que la reducción de la velocidad máxima es un paso fundamental para mejorar la seguridad.
Otro punto que resaltan los especialistas es la necesidad de modificar los hábitos culturales de conducción, profundamente arraigados en la sociedad argentina. La idea de que “cuanto más rápido, mejor” continúa presente, pese a que numerosos estudios han demostrado que la velocidad no reduce tiempos de manera significativa, pero sí incrementa el nivel de estrés, la agresividad al volante y, por supuesto, la gravedad de los siniestros. En este contexto, el rol de la comunicación será clave para explicar los motivos del cambio y evitar que sea interpretado como una medida restrictiva o recaudatoria.
Además, los organismos de seguridad vial advierten que la reducción del límite no puede ser una medida aislada. Para que tenga un impacto real, debe complementarse con mayor presencia de controles, modernización tecnológica, inversión en infraestructura, educación ciudadana y sanciones efectivas para quienes incumplan la normativa. La articulación entre el Estado, las concesionarias, las fuerzas de seguridad y los organismos de prevención será determinante para lograr que los nuevos límites se respeten y se vuelvan parte de una nueva cultura vial.
Mientras tanto, en la Panamericana se espera que el anuncio formal se concrete en los próximos días. Las primeras señalizaciones ya habrían sido revisadas y se prevé que, una vez implementada la medida, la transición se realice de manera escalonada para permitir que los conductores se adapten progresivamente a la nueva velocidad. Aunque los cambios suelen generar resistencia inicial, los expertos confían en que la mayoría de los usuarios terminará comprendiendo el beneficio que implica circular a una velocidad más segura, especialmente en corredores tan transitados.
El debate, de todos modos, continuará abierto. Con ciudades cada vez más pobladas, vehículos más potentes y autopistas sometidas a un uso intensivo, el desafío será encontrar un equilibrio entre agilidad y seguridad, dos conceptos que con frecuencia entran en tensión. Para muchos, la reducción a 110 km/h representa un primer paso hacia una política vial más homogénea y coherente con las necesidades actuales del país. Para otros, será necesario evaluar el impacto real de la medida en los próximos meses para determinar si logra efectivamente reducir la siniestralidad.
Lo cierto es que, más allá de las opiniones, la velocidad máxima de la Panamericana cambiará. Y con ella, inevitablemente, cambiará también la dinámica de uno de los corredores más transitados y emblemáticos del país. La apuesta, según quienes impulsan la medida, es clara: menos accidentes, menos víctimas y una circulación más ordenada. El tiempo dirá si la decisión —que ya se perfila como inminente— logra cumplir con esas expectativas.